8/10/14

La actual epidemia de Ebola nos vuelve a mostrar y recordar que "La lucha contras las pestes continúa en pleno Siglo XXI"

EPIDEMIOLOGÍA: Es la ciencia que estudia la incidencia y la propagación de una enfermedad en amplias poblaciones.
Para controlar una enfermedad es importante comprender sus orígenes y su forma de propagación. Los epidemiólogos modernos, por ejemplo, se esfuerzan por comprender los orígenes y la difusión del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) que causa el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y esperan poder llegar algún día a controlar e incluso sanar esta enfermedad mortal. Sin embargo, la comprensión de la naturaleza de una enfermedad constituye una tarea ardua aun utilizando las herramientas más avanzadas de la microbiología y la genética molecular.
Imaginemos pues lo difícil que resultaría entonces, hace varios siglos, en los tiempos en los que el saber médico iba poco más allá de la mera superstición.
En aquella época, la idea de comprender una enfermedad implacable tenía que parecer imposible.

LAS GRANDES EPIDEMIAS DE PESTE EN LA HISTORIA:
Este ha sido el caso de las grandes epidemias de peste que se han sucedido a lo largo de la historia. Mientras que durante la edad media (entre los siglos V y XV) la palabra peste se utilizaba indiscriminadamente para describir enfermedades epidémicas, en la actualidad el término se aplica de manera específica a una enfermedad aguda, infecciosa y contagiosa propia de los roedores y de los seres humanos y causada por una determinada bacteria. Sabemos hoy día que la peste bubónica, el tipo de peste más conocido, se transmite por la picadura de un insecto parásito. Otra variedad, la peste neumónica, se transmite principalmente por pequeñas gotas expelidas por la boca y la nariz de individuos infectados.
La peste septicémica, otra forma diferente, se puede propagar por contacto directo a través de una mano contaminada.
Sin embargo, a mediados del siglo XIV, cuando la enfermedad que entonces se conocía como peste negra llegó a aniquilar hasta una tercera parte de la población europea, los médicos y los científicos fueron totalmente incapaces de descubrir su causa y menos aún de encontrar una forma de curación.

DESGARRANTE RELATOS DE TESTIGOS PRESENCIALES DE LA PESTE:
LA EPIDEMIA DEL SIGLO VI EN CONSTANTINOPLA MATÓ A 200.000 PERSONAS, UNA TERCER PARTE DE LA POBLACIÓN MURIÓ: 
Sintiéndose incapaces de explicar o comprender la magnitud del sufrimiento, algunos observadores sólo consiguieron registrar la devastación causada por la enfermedad.
Las descripciones de los testigos presenciales de la peste se remontan al año 541, cuando se declaró la peste en la ciudad de Constantinopla (actualmente Estambul, en Turquía), entonces capital del Imperio bizantino.
Procopio, historiador en la corte del emperador Justiniano I, describe una epidemia durante la cual "toda la raza humana estuvo a punto de quedar aniquilada".
En las crónicas de Procopio los síntomas de la peste comenzaban por "una fiebre súbita".
Durante algunas horas no había ningún signo de inflamación o mutación del color de la piel, pero según Procopio "ese mismo día en algunos casos, o al día siguiente en otros, y en el resto no muchos días más tarde aparecía una inflamación bubónica, y ésta se producía no sólo en la región concreta del cuerpo denominada la ingle, es decir, debajo del abdomen, sino también en el hueco de las axilas, y en algunos casos al lado de las orejas y en diferentes puntos de los muslos se producía una gran inflamación o bubón".
Procopio registró que algunas víctimas entraban en coma, mientras que otras se veían sacudidas por un "violento delirio", estando convencidas de que "les atacaban personajes que venían a destruirlos". En algunos casos había que impedir a algunas víctimas que salieran huyendo de sus casas, intentaran ahogarse o saltar al vacío desde gran altura.
Y Procopio continúa: "y en aquellos casos en que no hacía aparición ni el coma ni el delirio, la inflamación bubónica se gangrenaba y el paciente, incapaz de soportar el dolor, moría".
La muerte sobrevenía en algunos casos de forma inmediata y en otros al cabo de muchos días". La denominada "peste de Justiniano” se enseñoreó de Constantinopla hasta la primavera de 542, llevándose consigo a unas 200.000 personas (el 40% de la población de la ciudad).
LA PESTE QUE ARRASO EUROPA EN EL SIGLO XIV:
Ocho siglos más tarde, la peste negra barrió toda Europa, llegando a Italia en 1347.
El escritor italiano Giovanni Boccaccio, en su obra clásica El Decamerón, describe casos de peste en Florencia: "En el momento de la aparición de la enfermedad, tanto hombres como mujeres se veían afectados por un tipo de inflamación en la ingle o las axilas que en ocasiones alcanzaba el tamaño de una manzana o de un huevo. Aunque algunos de estos tumores eran más grandes y otros más pequeños, todos ellos recibían la denominación común de ganglios. A partir de estos dos puntos iniciales, los ganglios comenzaban al poco tiempo a propagarse y a extenderse generalmente por todo el cuerpo.
A continuación, las manifestaciones de la enfermedad se transformaban en manchas negras o pálidas extendidas por brazos y muslos o por todo el cuerpo".
Una tercera parte aproximadamente de los 80.000 habitantes de Florencia murieron a causa de la peste entre la primavera y el verano de 1348.
LA GRAN PLAGA ASOTA LONDRES EN 1665:
Existen también vívidas descripciones de la peste correspondientes a la Gran Plaga de Londres que se declaró en esta ciudad en 1665. Tales descripciones fueron recopiladas por el escritor inglés Daniel Defoe en su obra Diario del año de la peste (1722), que reconstruye aquel desastre.
Para describir la rapidez y crueldad con las que se propagó la enfermedad, Defoe narra la historia de una mujer joven que cae enferma con vómitos y "un terrible dolor de cabeza".
Su madre la examina y confirma lo peor: "examinando su cuerpo a la luz de un candil, inmediatamente descubrió las señales fatídicas en la parte interior de sus muslos.
Su madre, sintiéndose incapaz de contenerse, tiró la vela y gritó de una forma tan pavorosa que hubiera bastado para horrorizar al espíritu más firme de este mundo.
En cuanto a la joven, a partir de ese mismo momento se convirtió en un cuerpo moribundo, pues la gangrena que origina los hematomas se había extendido por todo su cuerpo, falleciendo en menos de dos horas".
En otro pasaje del libro, Defoe describe una ciudad sometida a una auténtica pesadilla de sufrimientos: "El dolor de las inflamaciones era particularmente intenso, incluso intolerable para algunos individuos".
La gente corría despavorida por las calles, "delirante y aturdida, a menudo agrediéndose con las manos, tirándose por las ventanas, disparándose un tiro, madres [asesinando] a sus propios hijos presas de la locura".
PRIMERAS TEORÍAS ACERCA DE LAS CAUSAS DE LA PESTE:
A la desgracia y al terror de las epidemias de peste se le sumaba la ignorancia; nadie tenía la menor idea de la causa de la enfermedad o de las vías reales de transmisión.
Mucha gente pensaba acertadamente que el contagio podía producirse por el aliento, aun cuando durante la peste negra un médico llegó a afirmar que la simple mirada de un moribundo podía ser suficiente para transmitir esta infección mortal.
El conocimiento médico exacto acerca de la peste se hallaba a siglos luz.
La bacteria causante de la peste y el proceso de su transmisión a los seres humanos a través de roedores e insectos portadores no fueron descubiertos y comprendidos hasta la década de 1890. Durante la peste negra la mayoría de la población consideraba la plaga como un castigo divino por los pecados de la humanidad.
Los médicos y los eruditos, mientras tanto, elaboraban cuantas teorías se les ocurrían para explicar el origen de la enfermedad y recomendar medidas curativas o preventivas.
Según una teoría, las causas eran de naturaleza astrológica: una alineación poco usual de los planetas Saturno, Júpiter y Marte había causado la corrupción de la atmósfera.
Otros teóricos culpaban a terremotos y demás catástrofes naturales por haber liberado aire malsano procedente de las entrañas de la Tierra.
Esta idea del aire corrupto e insano, una miasma, se hallaba en la base de muchas teorías referentes a la causa de la peste, por lo que muchas medidas preventivas giraban entorno a contrarrestar o purificar el aire corrupto como, por ejemplo, incinerar maderas de enebro y fresno para crear aromas agradables.
Los suelos de las casas se fregaban con agua de rosas y vinagre.
Se recomendaba reforzar la dieta alimenticia para ahuyentar la peste agregando mirra, azafrán y pimienta a productos como cebollas, ajo y puerros.
Las observaciones de Defoe en Diario del año de la peste indican que la medicina preventiva durante la década de 1660 no había progresado mucho durante los tres siglos transcurridos desde la peste negra.
Defoe describe a hombres llevando ajos en la boca y a mujeres echándose vinagre por la nariz. Curanderos de toda catadura anunciaban sus mejunjes en pancartas, ofreciendo píldoras y demás antídotos contra la peste.
LA IGNORANCIA GENERA EL MIEDO: Los epidemiólogos consideran en la actualidad que la peste negra era probablemente la enfermedad en su variedad neumónica que infecta los pulmones y se transmite de un individuo a otro a través del estornudo o la tos.
Y aunque la población de la edad media no comprendiera cómo se propagaba la enfermedad, su capacidad de contagio era terriblemente evidente.
Los testigos presenciales describían este miedo:
"Las personas pronto llegaron a odiarse hasta tal extremo que, si un hijo se veía afectado por la enfermedad, su padre no le atendía", escribía un fraile en su descripción de la evolución de la peste negra en Messina (Sicilia).
 "Si, a pesar de todo, osaba acercarse a él, quedaba inmediatamente infectado y … estaba predestinado a fallecer en el plazo de tres días".
Un historiador del siglo VIII, al describir un brote anterior en Italia, da cuenta de una rotura similar de los lazos familiares por culpa de la peste reinante: "Los hijos huían, dejando sin inhumar los cadáveres de sus padres; los padres, olvidando sus obligaciones, abandonaban a sus hijos sumidos en fiebres feroces".
Otro testigo de la peste negra escribía a su vez:
"El padre abandonaba al hijo, el marido a la esposa, un hermano a otro … no quedaba nadie para enterrar a los muertos ni por dinero ni por amistad ... morían a cientos, tanto de día como de noche y todos eran arrojados a fosas y recubiertos con tierra.
Y a medida que se iban llenando las fosas, se excavaban otras nuevas. Y yo, Agnolo di Tura ... enterré a mis cinco hijos con mis propias manos".

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