6/3/15

¿Donde están los hombres?: Carta abierta de un varón a otro varón - Sergio Sinay (autor del Libro "La Masculinidad Tóxica")

Un día, hace 20 años, René Zanetti oraba en su casa, en Córdoba, como lo hacía diariamente, junto a su mujer y a sus seis hijos.... de pronto sintió en su interior un rumor y una fuerza como los de un río que se deshiela y desciende impetuoso desde la montaña. Cerró los puños, sintió que su pecho se tensaba a punto de estallar y su voz tronó: “Señor.... ¿dónde están los hombres?
¿Dónde están?”.
No se refería al género humano. Clamaba por los hombres, los varones. No podían ser esos que golpeaban a las mujeres, que se ausentaban de la vida de sus propios hijos, que desatan las guerras, que maltratan al planeta y a otras especies, que compiten salvajemente entre sí por el poder, por el dinero, por absurdos “aguantes” en materia de alcohol , de violencia o de sexo.
No podía ser que tantos de sus congéneres actuaran así.
¿Dónde estaban los hombres con capacidad de amar, de cuidar, de honrar la paz, de establecer acuerdos, de multiplicar fuerzas para mejorar el mundo, de cuidar el planeta en que vivimos y la vida que hay en él?
¿Dónde los hombres fecundadores, no los depredadores?
¿Dónde la testosterona y el coraje espiritual para decir que no al mandato de una masculinidad utilitaria, obediente a los preceptos de la productividad a destajo, de la desconfianza en el otro, de la lucha ciega, de la fuerza sin corazón?
Esa masculinidad tóxica, que aún prevalece en la política, en los negocios, en el deporte, en la sexualidad, en los vínculos con el otro, en la relación con los hijos, en la mirada hacia la mujer, esa compañera distinta, necesaria y complementaria?
René Zanetti es un pastor cristiano. Es un hombre de 63 años, calvo, barbudo, robusto, bien plantado. Si fuera un perfume se diría que de él emana esencia de roble, de tierra, olores ahumados, agrestes.
Hace veinte años René salió a la búsqueda de los hombres cuya ausencia le dolía.
Los ha convocado en cientos de lugares, en cientos de encuentros. Los ha ido encontrando, de a poco, pero sin pausa.
A donde va deja la inquietud y algo empieza, algunos hombres se miran a sí mismos, luego al de al lado y despiertan y vuelven las miradas hacia sus hijos, hacia sus mujeres, hacia la comunidad en la que viven, y se sacuden la capa de hábitos patriarcales empobrecedores y se empiezan a rencontrar con su hombría antes que con su machismo. Y de a poco otros se suman. “Creo que alguna huellita está quedando”, me dice René.
Le respondo que es más que una huella.
Está mejorándonos a los hombres y mejorando el mundo.
Cuando le digo eso, sus ojos se llenan de lágrimas.
Lo abrazo y, efectivamente, es como abrazar a un árbol de tronco fuerte y enraizado.
René es un emergente. El emergente de una búsqueda y una necesidad. Una necesidad de los propios hombres, de las mujeres, de los hijos. Para darnos cuenta, miremos a los hombres que están en la política y veamos cómo la hacen.
A los que hacen negocios y cómo los hacen. A los deportistas (en las tribunas y en las canchas).
Miremos cómo sigue vigente  y cómo predomina un paradigma masculino tóxico.
La pregunta de René sigue abierta.
La respuesta sigue siendo necesaria. Y sólo podemos darla los hombres. Para que no la den los machos.
René responde desde su ministerio. Cada varón tiene su propio lugar desde donde hacerlo.
Los invito a reflexionar un rato, tanto Hombres como Mujeres, y pensar un poquito mas en lo que estamos haciendo y en lo que estamos dejando de hacer.

Querido congénere:
Esta carta no podía tener otro destinatario que no fueras vos. Nadie podría entender mejor de qué hablo, qué quiero decir. Querido congénere, vos y yo,varones ambos, estamos en peligro de extinción. Así como nos mandaron a vivir nuestras vidas de hombres, así como nos mandaron relacionarnos con las mujeres,con nuestros hijos, con las cosas, con los seres, con el mundo, así no va más.
Te quiero contar cosas que escucho, que siento, que pienso, que vivo y que veo,cosas que nos involucran y que, quizás, no ignoras y te preocupan tanto como a mí. Veo mujeres tristes, desalentadas, resignadas a no encontrarse emocionalmente con nosotros, a no contarnos como compañeros de vida, digo como verdaderos compañeros de vida, como hombres dispuestos a explorar con ellas  desconocidos del afecto, a confiar en que nuestras diferencias nos enriquecerán, dispuestos a mirarlas con cariño, con ternura, con humor, además de con deseo. 
Veo mujeres que no nos entienden ni se sienten entendidas por nosotros, mujeres que han hecho hasta lo imposible por comunicarse (y debo decirte querido congénere, que a menudo hacen de más, se ponen demasiado ansiosas, sofocan, se adelantan a nuestros tiempos). 
Han hecho hasta lo imposible guiadas por la mejor, la más amorosa de las intenciones. Y hoy a muchas las veo y escucho resignadas a convivir con hombres que siempre serán extraños y lejanos o, directamente, a prescindir de ellos. Muchas mujeres prefieren compartir su tiempo con otra u otras mujeres: reciben más afecto, más comprensión, más compañía (aunque le falte el tipo de compañía, comprensión y afecto masculinos que tienen otra energía, otra vibración, no opuesta sino complementaria). 
Hay mujeres a las cuales empezamos (sólo empezamos) a resultarles prescindibles. 
Y si prescinden de nosotros, ellas estarán sin hombres, pero los que estaremos verdaderamente solos seremos nosotros, te lo aseguro. Nosotros, los varones sabemos muy poco, o nada, de estar solos, salvo en las trincheras o arriba de un ring. Y aún así, nos damos el dudoso lujo de aislarnos.
Por las dudas, te lo aclaro: cuando digo que las mujeres acabarán prefiriendo estar con mujeres, no hablo de sexo. Lo aclaro porque sé que los varones sabemos poco de intimidad, simplificamos y nos confundimos. Estarán juntas de un modo que nosotros no sabemos estar entre nosotros. Espero que entiendas. Y si no, hermano, espero que empieces a aprender a entender.
Veo y oigo, también, a muchos hijos desalentados. Ya no hacen más esfuerzo por acercarse a sus padres, ya no esperan que sus padres se acer quen a ellos,quiten el candado de la distancia emocional, compartan sentimientos,sensaciones. 
Ya no esperan que sus padres se interesen de verdad por lo que  o ellas (hijo, hija) les pasa, ya no aspiran a ser revalidados por la amorosa y firme mirada paterna. No sé si te ocurre, no sé si te ha tocado, pero he sido testigo u oyente de muchas palabras de hijos desalentados. Dicen cosas como “A mi viejo no vale la pena pedirle nada, nunca tiene tiempo, siempre está ocupado”. 
O dicen: “Me hubiera gustado verlo en la entrega de diplomas, me hubiese gustado que estuviera allí (y no en una reunión o jugando al futbol o al tenis, o llevando el coche al taller) el día que traje a mi novia por primera vez a casa”. 
O dicen: “Me gustaría no sentir este silencio incómodo cuando nos quedamos solos. 
Me gustaría que me mire a los ojos cuando me habla. 
Me gustaría que no opine sobre todo lo que digo. 
Me gustaría que me escuche sin juzgarme.
Me gustaría que alguna vez me prohíba algo y me lo explique, así puedo aprender. 
Me gustaría que no me trate como a un amigo, que no se haga el chico que no me robe mi manera de hablar; necesito sentir que es mayor que yo, que tiene otra experiencia, que sabe cosas que no sé, que podré confiar en él si me pierdo. 
Y así, con un padre haciéndose el chico, no puedo. Y paso vergüenza ante mis amigos, porque encima no funciona como chico”.
No sé si te pasa, no sé si lo sientes, observo cada vez más hombres que desconfían de otros hombres, que los ven como enemigos, como obstáculos, o a lo sumo los ven como instrumentos, como medios. 
“Este tipo me sirve o no me sirve, lo tengo que cuidar o lo tengo que cagar”. 
Escucho eso, lo escucho con una frecuencia que me alarma. 
Pasa en las empresas, en la política, en la vida social, en los clubes, en las agrupaciones profesionales. 
Veo cada vez  enceguecidos por la ambición, a los que no les importa qué precio (moral, en salud, en dinero, o reputación) hay que pagar para tener. 
Tener...  ésa es la palabra, hermano varón. 
Tener poder, mujeres, plata, casa, cosas (no importa qué cosas: cosas). 
Cuando hay tan poca solidaridad, tan poca empatía, poca camaradería entre los varones estamos mal, hermano varón. 
Nos quedaremos solos, solos entre nosotros, solos y en guardia, solos y enfermos.
Cada vez veo más hombres deprimidos, hombres que no duermen, hombres que parecen pastilleros ambulantes (viagra, alopidol, alplax, clorazepán, , sedantes, antiácidos, antiinflamatorios, analgésicos, farmacias que caminan), hombres que desoyen todos los síntomas con que sus cuerpos les hablan, hombres con dolores, con malestares físicos o emocionales a los que prefieren no atender. 
Morimos antes de tiempo o llegamos estropeados a nuestra vejez. 
Necesitamos, para nosotros y para otros, llegar vivos a la hora de nuestro final, con capacidad para convertir nuestras experiencias en sabiduría y para hacer de nuestra sabiduría una herramienta al servicio de nuestro safectos y nuestro mundo. 
Pero la gran mayoría de nosotros estamos llegando vacíos, sin nada para transmitir, habiendo acumulado vivencias como quien junta fotos, pero sin haberlas transformado en algo trascendente.
Así no va más, hermano varón, querido congénere. Con nuestra violencia, con nuestra ausencia de perdón, de comprensión, de flexibilidad, estamos destruyendo el mundo. 
Digo nosotros, digo los varones, no es un “nosotros”abstracto. 
Digo los hombres (no digo “la humanidad”), los que tenemos pito y voces gruesas y pelos en todas las partes (a veces no en la cabeza). 
¿Se entiende, muchacho?... Digo que los varones, con nuestro maldito mandato machista, ya hemos mucho daño y ya nos hemos hecho mucho daño a nosotros. Así, no va más.
SEREMOS PRESCINDIBLES PARA LAS MUJERES: ¿Quien nos hizo creer que estarán siempre a nuestros pies?. Seremos prescindibles para nuestros hijos. 
La paternidad biológica es solo un dato, un accidente, hay que darle sentido, llenarla de contenido. Prescindimos entre nosotros el uno del otro, apenas nos usamos. 
Así no se construyen vínculos fraternales y fecundos. 
Ya hay mujeres (narcisistas si querés, egoístas si te parece, estoy de acuerdo) que nos usan de padrillos, a veces sin que los sepamos, para tener hijos y librarse de tener maridos. 
Ya hay fecundación in vitro. Y si la clonación avanza (Dios no permita que esos locos omnipotentes lleguen a cumplir, invocando a la ciencia, sus sueños demenciales) bastará con una célula materna para crear un hijo. Y noseremos necesarios ni como sementales. 
Será el ominoso final de un modelo que nos hizo creer invulnerables, poderosos y ganadores.  ¿Qué ganábamos, querido congénere?. 
¿De veras no estás un poco harto de tener que demostrar todo el tiempo que tenés huevos? ¿Qué quiere decir tener huevos? 
No es algo que elegiste, no es algo que se logra con esfuerzo, con aplicación, con creatividad. Terminémosla con los huevos. 
La mayoría de nosotros (la penosa inmensa mayoría) ni siquiera sabe qué función cumplen los testículos en nuestro organismo.
¿De veras no estás harto de demostrar tu fuerza, y de aguantartela solo?. También los burros tienen mucho aguante. Y los bueyes. ¿Hay algo más por lo que destaques? 
¿Algo propio, generado desde tu corazón?
¿De veras no estás harto de tener que demostrar a las mujeres el largo y el grosor de tu pene, de tratar de batir récords cuando estás con ellas? 
¿No estás harto de ir a la cama con pavor de que tu arma tenga la pólvora mojada? 
¿No estás harto de negarlo, lo vas a negar ahora una vez más? 
Yo soy como vos, de manera que aquí podés ahorrártelo. 
Y, de paso, ¿no te gustaría saber un poco más acerca de cómo sienten sexualmente las mujeres, de qué les gusta, de qué esperan de vos antes de que empieces con tu exhibición y las dejes afuera? 
¿No crees que podés llevarte alguna grata sorpresa al averiguarlo? 
¿O para vos no hay nada que aprender? 
¿Dónde aprendiste tanto? 
¿Te lo enseñó tu papá, o alguien en quien podías confiar completamente para hacerle preguntas a todas tus dudas? 
Te lo explicaron?  ¿O lo aprendiste de oídas?
¿O pagando a una mujer de la cual no recordás el rostro? ¿De veras no estás harto?
¿De veras no estás harto de mirar de reojo el auto del tipo del al lado, y si es más nuevo o potente que el tuyo, salir corriendo a cambiar tu coche para que no crean que sos pobre o que tenés menos poder, o que la tenés más corta?
¿De veras no estás harto de hablar sólo de lo bien que te va, de callarte los dolores, las dudas, las vergüenzas, las dudas? 
Digo, ¿no estás harto de aparentar, de competir aún de palabra, de tapar, de disimular?
¿De veras no estás harto de tanto chiste machista, de tanto infantilismo acumulado, de tanta simpleza intelectual, de tanto desprecio por las mujeres, por los homosexuales, por los que apuestan a otra vida y a otros vínculos sin que pierdan por eso ni una gota de testosterona? 
¿No estás harto de tener sólo cuatro o cinco temas de conversación (mujeres, política, fútbol, economía, tecnología) temas seguros, donde nunca arriesgarás nada personal, temas protegidos, temas que, a fuerza de ser los único, te alejan de otros temas, de otra gente, del corazón de otra gente (mujeres, hijos, amigos, nuevos seres a conocer) y de tu propio corazón?
¿No estás harto de ser un eterno adolescente, alguien que se niega a entrar en las etapas evolutivas de la vida, alguien que se convierte, mientras pasan los años, en la patética caricatura de un púber y que, por muy macho que se diga, no tiene coraje (o huevos, como te gusta decir) para emprender la aventura espiritual, emocional y cósmica de convertirse en un hombre de verdad, un hombre de los que el mundo, y las mujeres, y nuestros hijos, y los otros amigos, necesitan?
Si no estás harto, acaso cuando lo estés ya sea tarde, ya estarás definitivamente solo, ya serás absoluta e irreversiblemente prescindible. 
Si no estás harto, formás parte de una especie en extinción. También los dinosaurios lo eran, aunque no lo supieran, cuando parecían enormes y poderosos. 
Formás parte de una especie en extinción y no habrá una ONG que esté dispuesta a rescatarte. Otras especies serán prioritarias. Especies que no depredan, que no discriminan, que no se asesinan masivamente entre sí, que equilibran el universo.
Si estás harto, el momento de cambiar es ahora. No hay excusas, no hay peros.
Así no va más. Me dirás que sí va, mira quienes gobiernan los países, quienes están al frente de las empresas, quienes rigen el deporte, quienes manejan las finanzas,  quienes inventan cada día una guerra para seguir vendiendo armas y robando petróleo mientras invocan causa inexistentes, quienes mandan a morir a los hijos de los otros, quienes intoxican a nuestros hijos con la comida chatarra, televisión chatarra, juguetes chatarra, ideas chatarra, quienes nos hacen creer que somo menos si no tenemos un auto, un plasma, una computadora de ultimísima generación, que seremos poca cosa sin una zapatilla que hasta marca nuestras pulsaciones, quienes manipulan nuestra salud desde las corporaciones farmacéuticas. 
Miro y los veo. Son hombres insalubres, inoculados e inoculadores de un paradigma tóxico. Y son mayoría. Es cierto. Pero te repito. También los dinosaurios parecían invulnerables, cuando, aunque ellos no lo supieran, ya estaban en extinción. 
Y, de paso, pido perdón a los dinosaurios por la comparación. Estos hombres no son inocentes como eran ellos. Son imputables. A esta altura de la historia, de las comunicaciones, de la sociología, de la psicología, de la información y del conocimiento, son imputables. No podrán decir que no sabían. En todo caso que digan que les gustaba y les creeremos. No podrán decir que cumplían mandatos. La civilización ha vivido cosas que impiden aceptar esa excusa.
Por eso digo, hermano varón, que si estás harto sólo te queda el camino de empezar a cambiar tus conductas. No tus palabras, no basta con que cambies de discurso. Hay que transformar las acciones, las actitudes, los hechos.  Y también las palabras. Quedarte en el discurso te hará imputable. El tiempo es ahora. El lugar es tu casa, tu trabajo, el espacio que compartes con tu mujer(o con las mujeres), con tus hijos, con otros hombres. Es aquí y ahora, cada día en cada lugar. Ya. No te dejes engañar por esa mayoría de hombres que ves. Los varones somos, con el paradigma masculino hegemónico hoy vigente, una especie en peligro de extinción. Y esos tipos son los responsables. ¿Querés ser como ellos? Yo no.
Me preguntarás desde dónde hablo, qué derechos me arrogo. Cuál es mi púlpito. Me identifico. Soy un varón de este mundo, de este tiempo. Un marido, un padre,u n profesional. Un hombre que ha vivido ya más de la mitad de su vida y  todos los mandatos del paradigma. Que hace tiempo ya no quiere más de eso.
Soy un hombre harto de estos hombres. Un hombre que tiene con ellos una cuestión personal, porque degradan mi sexo. Soy un hombre al que le duelen  que vive. Un hombre que tiene la visión de un mundo compasivo y fraternal, inclusivo, enriquecido por la diversidad, fecundo. Un hombre harto que sospecha no ser el único hombre harto.
Si también estás harto, nos encontraremos en el camino.
Hasta entonces, un abrazo fraterno.
Sergio Sinay
1) La pregunta de René: http://www.sergiosinay.com/Reflexion.aspx?id=353

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