Es una leyenda, un ícono en lo suyo. Y lo sabe. Una simple y primera aproximación revela que su nombre de pila — casi desde el primer momento en que se instaló en Buenos Aires, a principios de 1981— basta para darlo a conocer.
Porque “Víctor Hugo” (así a secas) es el relator uruguayo que marcó un antes y un después en lo suyo, el que ha logrado por fin la rara unión de la credibilidad con la gran aceptación masiva, confluencia poco común en el mundo de los medios de comunicación.
Desde aquel ya lejano verano del 81, relatando los goles de Brindisi y Maradona del Boca campeón dirigido por Silvio Marzolini hasta hoy, Morales estuvo en siete mundiales, se encaramó hacia el primer lugar entre sus pares e incursionó desde hora temprana como periodista y conductor en ciclos de interés general. Muchos recordarán un poco más allá el programa “El espejo”, con el que recorría la Argentina de punta a punta, o un poco más acá “De-sayuno”, en las primeras mañanas, en Canal 7 de Buenos Aires.“Yo siempre hice todo —reconoce—.
Desde aquel ya lejano verano del 81, relatando los goles de Brindisi y Maradona del Boca campeón dirigido por Silvio Marzolini hasta hoy, Morales estuvo en siete mundiales, se encaramó hacia el primer lugar entre sus pares e incursionó desde hora temprana como periodista y conductor en ciclos de interés general. Muchos recordarán un poco más allá el programa “El espejo”, con el que recorría la Argentina de punta a punta, o un poco más acá “De-sayuno”, en las primeras mañanas, en Canal 7 de Buenos Aires.“Yo siempre hice todo —reconoce—.
Siendo muy joven, ya redactaba las noticias, las presentaba, hacía notas de política. Lo que ocurre es que la condición de relator deportivo te ‘devora’. Conduje programas de entretenimiento puro en Montevideo: me apasionan los temas de política internacional.
En fin, hoy creo ser finalmente una suerte de comunicador general.
Estoy conforme”. ¿Y el fútbol, esa diablura, parafraseando a Borges? “El fútbol es ‘mi’ realización —afirma—; completa el actor que no fui, el novelista que no soy, el ensayista que sería.
En el campo de juego uno observa y le cuenta luego al oyente la vida misma: las miserias humanas, la violencia, los actos de arrojo, el talento que se cuela, la solidaridad, la soledad del poder.
La lista es infinita”. Hay una frase muy suya (“en el fondo, más que el fútbol, me gusta la radio con fútbol”) que apunta a un par de amores centrales de su vida; pero estos no son los únicos, sino que forman parte de una amplia paleta que se completa con los partidos de tenis, los viajes relámpago para ver teatro, los cigarros, la buena ropa, una discoteca que provocaría la admiración de cualquier melómano, el inseparable mate (amargo) bien cebado y la condición de ciudadano rioplatense en el centro del corazón.
Tomando el término creado por el poeta Horacio Ferrer (otro oriental afincado en la Argentina), el portevideano de ley se bebe la vida a tragos y, en cada grito de gol, nos recuerda que en muchos misterios del fútbol anidan algunos enigmas también de la vida.
P: Conducir programas de ópera, de música clásica, frecuentar el teatro independiente, ser un cinéfilo empedernido, ¿no lo convierte casi en un personaje extraño en el universo futbolero?
R: En todo caso (como siempre digo en las notas) seré un personaje extraño en el mundo del arte (risas). A mí no me alcanza la vida para ver las cosas que quiero durante todo el día.
P: ¿Cómo se siente como relator con respecto a décadas pasadas?
R: Más sintético. Antes buscaba mucho más las metáforas, el brillo de una gran frase. Hoy no sé si me saldría el barrilete cósmico. Me veo en la actualidad como un relator más centrado, tradicional. Mi estilo de relato tiende a la búsqueda de la precisión, a no errar con los jugadores, a “ir” con la pelota —como se dice en la jerga—. Soy así. Además, me siento mucho mejor, también, por haber dejado de fumar, tema que en algún momento puso en peligro mi carrera, entre los 80 y los 90.
P: ¿Cree que un periodista deportivo debe tener intimidad con los entrevistados?
R: Pienso que no hay que perder el estilo, la distancia, la objetividad. Al concluir la nota, aunque sea con el tipo más famoso o interesante del mundo, hay que saludar… e irse. Haciéndose amigo de un famoso uno está condicionado. Es así de sencillo.
P: Ha cultivado cierta imagen de “dandy”. Usted se ríe de eso. Pero sabe que hay algo de verdad, ¿no es así?
R: En realidad soy un hombre que, por sobre todas las cosas, ama el tiempo libre. Yo soy un tipo de una curiosidad…digamos que infinita. Vivo en estado de excitación espiritual. De los siete días de la semana, salgo seis, sin fallar. Por jornada, hay diez cosas que quisiera ver. Me contento con tres o cuatro. Voy al teatro, asisto a conferencias, recorro museos y ni hablar de la música o el cine. Tengo una gran, gran fortuna: mi familia me acompaña en este tipo de vida. Eso es una gloria.
Tomando el término creado por el poeta Horacio Ferrer (otro oriental afincado en la Argentina), el portevideano de ley se bebe la vida a tragos y, en cada grito de gol, nos recuerda que en muchos misterios del fútbol anidan algunos enigmas también de la vida.
P: Conducir programas de ópera, de música clásica, frecuentar el teatro independiente, ser un cinéfilo empedernido, ¿no lo convierte casi en un personaje extraño en el universo futbolero?
R: En todo caso (como siempre digo en las notas) seré un personaje extraño en el mundo del arte (risas). A mí no me alcanza la vida para ver las cosas que quiero durante todo el día.
P: ¿Cómo se siente como relator con respecto a décadas pasadas?
R: Más sintético. Antes buscaba mucho más las metáforas, el brillo de una gran frase. Hoy no sé si me saldría el barrilete cósmico. Me veo en la actualidad como un relator más centrado, tradicional. Mi estilo de relato tiende a la búsqueda de la precisión, a no errar con los jugadores, a “ir” con la pelota —como se dice en la jerga—. Soy así. Además, me siento mucho mejor, también, por haber dejado de fumar, tema que en algún momento puso en peligro mi carrera, entre los 80 y los 90.
P: ¿Cree que un periodista deportivo debe tener intimidad con los entrevistados?
R: Pienso que no hay que perder el estilo, la distancia, la objetividad. Al concluir la nota, aunque sea con el tipo más famoso o interesante del mundo, hay que saludar… e irse. Haciéndose amigo de un famoso uno está condicionado. Es así de sencillo.
P: Ha cultivado cierta imagen de “dandy”. Usted se ríe de eso. Pero sabe que hay algo de verdad, ¿no es así?
R: En realidad soy un hombre que, por sobre todas las cosas, ama el tiempo libre. Yo soy un tipo de una curiosidad…digamos que infinita. Vivo en estado de excitación espiritual. De los siete días de la semana, salgo seis, sin fallar. Por jornada, hay diez cosas que quisiera ver. Me contento con tres o cuatro. Voy al teatro, asisto a conferencias, recorro museos y ni hablar de la música o el cine. Tengo una gran, gran fortuna: mi familia me acompaña en este tipo de vida. Eso es una gloria.
Remonta el barrilete cósmico: El gol de Maradona en el Mundial de 1986: Se necesitaba semejante gol para semejante relato (recordemos por si hace falta: Estadio Azteca, segundo gol de Diego Maradona a la selección inglesa en el Mundial de México de 1986).
La zurda del argentino y la inventiva del relator, en su máxima expresión, funcionando a dúo. Aquí, la reproducción de lo dicho por Morales en aquella tarde. No son más de catorce segundos. Lapso mínimo, jugada cumbre, relato eterno:
La zurda del argentino y la inventiva del relator, en su máxima expresión, funcionando a dúo. Aquí, la reproducción de lo dicho por Morales en aquella tarde. No son más de catorce segundos. Lapso mínimo, jugada cumbre, relato eterno:
“La va a tocar para Diego: ahí la tiene Maradona; lo marcan dos, pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero ¡y va a tocar para Burruchaga! Siempre Maradona... ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... ¡Goooooolll!! ¡Goooooolll! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golaazo! ¡Diegoooool! ¡Maradooona! ¡Es para llorar, perdónenme! Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos, barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina... Argentina dos; Inglaterra cero. ¡Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona! Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este... Argentina dos; Inglaterra cero.”
Entrevista realizada por Leonardo Coire y publicada en rdselecciones:
Dr. George:
ResponderEliminarCreo que Victor Hugo es y fue una de las mejores voces para relatar los partidos.
Le mando un saludo y como siempre muy interesante su blog.
Hola, Dr. George:
ResponderEliminarYo estuve en el Estadio Azteca en ese memorable partido. Contaba con 10 años y mi padre -catalán- me llevó para "atestiguar un partido del mejor futbolista después de Pelé". Según mi memoria, la inmensa mayoría de ese magnífico estadio apoyábamos a Argentina sin cortapisas. Diego era un ídolo, coreábamos su nombre y aplaudíamos cada que el balón estaba en sus botines. De pronto sucedió: haciendo piruetas de una coordinación y equilibrio increíbles, salió con el balón desde antes de media cancha, de entre tantos ingleses. Enfiló hacia el medio campo tocando, pausando, apurando, quebrando y dejando a más rivales en el camino, algunos en el césped. Nosotros conteníamos el aliento, como si el respirar hiciera rodar más fuerte al balón. Pero el 10 se enfiló al área y en medio de un estruendoso "tira, tira" que se oyó en el Coloso, Diego burló a uno, a dos, a tres, al arquero, tiró y...
¡GOL! Un Gol con mayúscula gritado hacia el cielo, los brazos al aire, los brincos cimbraban al Azteca. ¡Gol!
El Sr. Víctor Hugo no fue el único, Doctor. Hubieron más lágrimas en ese magnífico estadio. Yo recuerdo mirar a esa camiseta 10 corriendo con el puño en alto antes de que las lágrimas nublaran a esa impresionante imagen que se me ha quedado grabada por siempre.
Hoy he vuelto a mirar al mejor gol de todos los mundiales, con la narración del Sr. Víctor Hugo y me he vuelto a estremecer como hace 23 años. ¡Gracias por el recuerdo!