LA ETERNA MELANCOLIA, LA ANGUSTIA, LA DESESPERANZA Y EL RENACER A LA VIDA:
Leer la primera parte del discurso de Juana de Ibarbourou en:
http://drgeorgeyr.blogspot.com/2011/11/existe-el-paraiso-terrenal-juan-de.html
Y ahí empieza la eterna melancolía.
La adaptación como he dicho se hizo inevitable, pero lo más oscuro y secreto de las fuerzas de la sangre, la añoranza ya sin motivo concreto sigue nublándome el sol interior. Son cosas de la vida, el olor a las naranjas de Cerro Largo, dulces redondas y doradas que no puede ser abolido por el de las esencias más caras de Francia.
Ese período de mi vida que abarca mis tres libros primigenios los viví con los míos en la Villa de la Unión haciendo a la par versos y flores ratifícales, ocasional “modus vivendi” que me ha dejado un tierno recuerdo de lucha en común con los míos y el orgullo de saber defender victoriosamente mi casa y mi familia en la borrasca.
Nunca he dejado de hacer versos, casi diariamente, aunque muchos poemas guardados solo en la memoria, muy fiel pero tal vez excesivamente recargada, se me fueron perdiendo, borrándose de entre los casilleros naturales y de los maravillosos depósitos intangibles. Es mi costumbre, lo que se llamaría “la producción poética oral”.
Sale solo el primer verso y como me contara Ginar Ayadasa que es tierna costumbre del pueblo indio en la pena, voy redondeando el poema de la misma manera, en un repetir sin descanso, hasta que está entero, acabado ya. Después es el repetirlo para mí misma, hasta la perfecta grabación íntima. Generalmente no lo paso al papel, sino cuando llega una oportunidad.
Así fue con las “Lenguas de diamante”, así con “Raíz salvaje”, así con todos hasta ahora.
Esta costumbre da como el tierno cuidado constante del hijo, un amor a lo que se crea que, independiente de toda vanidad tonta, por encima de todo narcisismo, es un verdadero sentimiento de maternidad y de creación unido indisolublemente a nuestros centros vitales.
Con un propósito docente vino luego también Radioteatro, y entretanto se iba haciendo “Perdida”, el contenido lírico de un volumen hecho a pura amistad generosa por Gonzalo Losada en 1950. Ya habían naufragado el valor juvenil, el ímpetu, la esperanza.
"Perdida" despertó el sentido batallador de la crítica Nacional. Para unos (afortunadamente los más), "Perdida" es un libro de angustia y desesperanza que en nada desmerece de los que recibieron mayores alabanzas, para otros es un poemario de decadencia, sin fuerza vital que en cierto sentido es bello y desesperadamente heroico. Se me ha preguntado muchas veces el significado del título “Perdida”, que escandalizó ruidosamente a una buena periodista antillana, creyendo que era una paladina declaración de mal camino confesado.
Esta es una oportunidad para aclarar la elección de la discutida pequeña palabra que cobija ese puñado de poemas. Perdida era el nombre que D'Annunzio le daba a Eleonora Duse y a mí me gustó mucho en aquel momento, su secreta desolación, su renunciamiento, su invalidez. Se ajustaba maravillosamente a mi estado de Espíritu en aquella época. Todo lo mío se iba barranca abajo, como por un tobogán trágico y yo no veía ningún camino que pudiera conducirme a la salvación y la paz.
Me encontraba como extraviada en una selva impenetrable, no alcanzaba a percibir una luz en la tierra, ni una estrella en mi cielo. En ese estado de dolorosa desorientación, unido a la dulce historia de D'Annunzio, salió el título de mi libro, el poema con que se inicia “Tiempo” es su primer testimonio. Otro “el grito” lo confirma más adelante.
Hubo un paréntesis dramático de mala salud y el duelo sin fin con la muerte de mi madre que yo adoraba. El soneto que voy a leer, escrito ya en la hora de la resurrección, después de una época de muy mala salud, reasume todo antiguo dolor y la nueva esperanza, se titula:
REGRESO:
- He de tener mis sauces, mis mastines
- Mis rosas y jacintos como antes.
- Han de volver mis duendes caminantes
- Y mi marina flota de delfines
- Retornarán los claros serafines
- Mis circos con enanos y elefantes
- Mis mañanas de abril, alucinantes
- En mi caballo de alisadas crines
- He de beber la vida hasta en la piedra
- Y hasta el menguado zumo de la hiedra
- Y en sal de la lágrima furtiva,
- Porque regreso de la muerte y tengo
- El terror del vacío de que vengo
- Y la embriaguez hambrienta de estar viva.
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