Vivimos los primeros
años del siglo XXI y somos testigos privilegiados del extraordinario avance en
el conocimiento científico que aplicado a la medicina ha arrojado luz sobre
aspectos hasta ahora muy poco conocidos del organismo humano.
Disponemos de tecnología
de imagen que permite estudiar y conocer
zonas del cerebro cuyas funciones desconocíamos y esa tecnología se
puede aplicar “en vivo y en humanos”.
Conocemos cada vez más
de diabetes, cada vez más de hipertensión arterial, cada vez más de las
enfermedades coronarias, disponemos de mejores recursos tecnológicos y más
potentes fármacos, sin embargo cada vez tenemos más personas enfermas de estas
patologías.
Parecería que algo no
está funcionando del todo bien con este enfoque de la medicina actual que tiene
su muy bien ganado prestigio por el contundente éxito obtenido a lo largo del
siglo XX con la prevención y el tratamiento de las principales enfermedades
transmisibles por vía infecciosa, pero que no se ha logrado posicionar de igual
forma ante la transición epidemiológica ocurrida en las últimas décadas, y que
ha implicado un aumento sostenido de la carga por enfermedades no transmisibles
(ENT), siendo el problema de tal gravedad que ha llevado a la Organización
Mundial de la Salud a definirla como la mayor pandemia del mundo actual.
Las ECNT incluyen a las
enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes y las enfermedades
respiratorias crónicas. Si bien su génesis es multifactorial, entre los cuales se
destacan factores ambientales, genéticos, demográficos, socioeconómicos y
culturales, se ha comprobado que son un reducido grupo de factores de riesgo
los que tienen la mayor incidencia en ellas y que tienen en común el ser
dependientes de los estilos de vida, de alimentación y de las capacidades de
afrontamiento a diversas situaciones de la vida cotidiana, y por tanto
potencialmente modificables.
Es así que se estima que cerca del 80% de las enfermedades
cardíacas isquémicas, accidentes cerebrovasculares y diabetes, así como hasta un tercio de las enfermedades
oncológicas, podrían ser prevenidas, de poderse instrumentar campañas exitosas
de educación y prevención que consigan generar compromisos firmes y
responsables de cada persona y desde etapas bien tempranas, con los procesos de
salud. Estas cifras alcanzarían por sí mismas para replantearse nuevos modelos
y nuevas miradas hacia las formas como enfocamos la prevención y tratamiento de
estas enfermedades.
Las ECNT son de tal entidad que dan cuenta del 45% de la
carga de enfermedad a nivel global, una carga que repercute en la calidad de
vida de las personas afectadas y en la calidad de vida de sus familias.
Las consecuencias económicas a nivel individual, a nivel
comunitario y a nivel nacional, se pueden estimar con cifras que han logrado
hacer tambalear hasta las economías más poderosas, pero lo que resulta
inestimable e incomprensible es la pérdida de años de vida por muerte temprana,
la pérdida de años de vida saludable por patologías evitables, a lo que debemos
sumar la carga de infelicidad y padecimientos que el estar enfermo acarrea, sea
a los pacientes, a su entorno familiar y a la comunidad toda.
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