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El joven biólogo molecular Jon Kabat-Zinn, que alcanzó su doctorado en el año 1971 bajo la atenta mirada de su mentor, el reconocido Premio Nóbel de Medicina Salvador Luria, nunca hubiera pensado que su camino estaba trazado más allá de las ciencias duras. Lo que hasta entonces era para él una práctica privada, íntima y contenedora, la Meditación, iba a transformarse en su norte científico, su anhelo profesional y su vocación investigativa. Su intuición certera le indicó, en aquellos convulsionados años de intenso cambio social y cultural, que meditar podía ser un bálsamo para las heridas de la vida cotidiana, el creciente estrés y ansiedad de las grandes urbes. Fue así que hacia fines de los 70 fundó, en el Centro Médico de la Universidad de Massachussetts la “Clínica de Relajación”, luego devenida la “Clínica de reducción de estrés basada en Mindfulness”. Según él mismo lo define, Mindfulness es un “tipo de atención intencional, totalizadora, momento a momento y sin juzgar “ (2003). En la actualidad su fuerza transformadora se aplica en el tratamiento de distintas condiciones clínicas, médicas y psicológicas, existiendo solidez científica en, por ejemplo, dolor crónico, psoriasis, cáncer, ansiedad y estrés. Si bien Mindfulness no es exclusividad del visionario Kabat-Zinn, su programa MBSR ha sido mundialmente bautizado como “el programa de Mindfulness”. Igualmente, es justo reconocer que algunos otros profesionales, tal el caso de Marsha Linehan, habían ya explorado su aplicabilidad en las ciencias de la salud. Ahora bien, ¿qué tiene para decirnos Mindfulness en cuanto a la neuroplasticidad, a la modificación activa del funcionamiento de redes neuronales y el “encendido” de ciertas regiones de nuestro cerebro? Por ahora, algunas cosas importantes. El Dr. Herbert Benson ya había explorado hacia los 70 el efecto fisiológico de la meditación (hablando de “respuesta hipometabólica de predominio parasimpático”), pero no fue más allá del sistema nervioso autónomo y se mantuvo ajeno, quizás por no contar con las herramientas tecnológicas apropiadas, a esa gran caja negra que era entonces el cerebro. El primer estudio serio del impacto meditativo en nuestro órgano social lo brindaron Richard Davidson y el propio Kabat-Zinn, en el año 2003, cuando evaluaron su efecto en empleados de una corporación tecnológica. El hallazgo fundamental fue que el área prefrontal izquierda, asociada con lo que llamamos “las emociones positivas” (empatía, acercamiento, compasión), se estimulaba con la meditación al punto de generar una actividad neuronal más intensa, mientras que la amígdala, asociada a las reacciones de estrés y a emociones llamadas “aflictivas” , como el enojo, disminuían su actividad. Davidson y Kabat-Zinn también midieron el impacto inmunológico de la meditación, descubriendo que la función inmune se fortalecía con el programa de 8 semanas. Distintos estudios indagaron los efectos de la meditación desde entonces, profundizando la observación de ciertas estructuras “sensibles” a la práctica sistemática, como la corteza prefrontal medial y dorsomedial, el cingulado posterior (especialmente asociados a los procesos de atención), el hipocampo y la propia amígdala, y la ínsula (asociada a procesos interoceptivos). No sólo Davidson y su laboratorio de “afective neuroscience” en Winsconsin indagan el impacto de la meditación en el cerebro, Sara Lazar lidera un sólido equipo investigativo en la costa este americana, en el mismísimo hospital general de Massachusetts. Lazar va algo más allá en sus hipótesis neurocientíficas, sugiriendo que la disminución de estrés producido por el programa MBSR correlaciona positivamente con la disminución de la densidad de materia gris en la zona basolateral derecha de la amígdala, y luego, en un artículo casi simultáneo (que evidencia la prolífica actividad de su laboratorio), examina los cambios en la corteza cerebral que experimentan los meditadores expertos, sugiriendo que existen volúmenes significativamente mayor de materia gris en el córtex órbito-frontal, como también en el tálamo derecho, el giro temporal izquierdo y el hipocampo derecho. Todas estas estructuras estarían implicadas en la regulación emocional y en el control de las respuestas conductuales (que en términos meditativos se traduce como “respuestas concientes” o “plenamente atentas”). Por último, Daniel Siegel, fundador del “Mindsight Institute” en Los Angeles, examina el desarrollo de la compasión, la empatía y las relaciones interpersonales en individuos, familias, organizaciones y comunidades investigando el efecto integrador de la práctica de mindfulness en el cerebro. Utiliza la expresión “attunement” (sintonía) para denominar la experiencia de un funcionamiento integrado, equilibrado y empático de un cerebro que conecta profundamente con la experiencia propia y la de los demás individuos. Ciertamente queda mucho por conocer de esta práctica revolucionaria que parece acompañar un desarrollo más conciente y holístico de nuestros estilos de vida (llámese alimentación, medio ambiente, relaciones sociales), pero no podemos evitar asistir esperanzados a la emergencia de cerebros más justos, solidarios y empáticos que favorezcan una vida más armónica para nosotros y nuestra posteridad. Lic. Martín Reynoso.mreynoso@ineco.org.ar Licenciado en Psicología (Facultad de Psicología. UNR). Profesor de Psicología (Facultad de Psicología. UNR). . Magister en salud materno infantil (Facultad de Medicina.Escuela de Graduados.UNR). Psicólogo de INECO en el área de Mindfulness, Dpto de Psicoterapia Cognitiva. Publicado en Red Intrameds en Agosto/2012; |
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