LIMITAR LA INGESTA DE CALORÍAS SUPONE UN AUMENTO DE LA ESPERANZA DE VIDA:
Ese lema no sólo se refiere a que esta gastronomía tiene su base en la frugalidad, sino también en degustar despacio para que cuando el cerebro reciba la señal de saturación del estómago, habitualmente a los 20 minutos de haber comenzado a comer, no se haya ingerido demasiada cantidad de alimentos.
La moderación, una de las claves de la longevidad de estos ancianos de Okinawa, se conoce con el aforismo inspirado en el confucianismo hara hachi bu, que viene a decir: come hasta que estés lleno al 80%, una garantía para llegar a una edad avanzada con buena salud.
Está claro que no hay una poción mágica. Investigaciones en el Instituto Nacional de Gerontología estadounidense han confirmado que limitar la ingesta de calorías supone un aumento de la esperanza de vida en todas las especies estudiadas, desde la mosca de la fruta hasta los primates.
Los habitantes de Okinawa son, probablemente, el mejor ejemplo de población humana que ha aprendido de esa regla.
Además, los vecinos de Ogimi usan, mientras pueden, la bicicleta para trasladarse; un medio de transporte muy extendido en Asia y que en Okinawa resulta muy útil porque es la mejor manera de circular entre los estrechos caminos que separan sus casitas. El ejercicio físico en estas islas es un medio de vida en el que se incluyen los bailes tradicionales, mucha jardinería, pescar, andar y las artes marciales; de hecho, el kárate moderno fue inventado por uno de sus habitantes, Funakoshi Gichin, en la primera mitad del siglo XX, a partir de las artes marciales de Okinawa.
En Ogimi desempeña un papel central el telar de Kijoka, a tres kilómetros. A él acuden regularmente las ancianas, incluidas las centenarias, a mostrar a escolares y a turistas cómo tejer bashofu. Es una de las señales de que los habitantes mayores de estas islas llevan una vida muy relajada. Más claves: meditan habitualmente, lo que les ayuda a relajarse; cultivan el optimismo y el sentido del humor, y mantienen una red tupida de lazos con sus familiares y la comunidad, donde se cuidan unos a otros tanto en el aspecto emocional como en el financiero y social, y en cuyas actividades participan. Subraya el estudio de Suzuki y los hermanos Willcox: "Hay un elemento cultural, y es que la gente de Okinawa forma una comunidad muy unida en la que es importante el yuimaru, que en Japonés significa el círculo de relaciones".
Frente a otras sociedades, los ancianos japoneses afrontan la vejez con la complacencia y el disfrute que el confucianismo y el budismo que impregna sus vidas confiere a los más mayores. Al contrario de lo que sucede en Occidente, en Okinawa los ancianos disfrutan de gran respeto social. Muestra de ello es que, cuando se llega a los 60 años, se celebra el kanreki, o comienzo de la edad mayor feliz; el toukachi, a los 88, y el kajimaya, la mayor fiesta de todas, al alcanzar los 97; en ella los ancianos visten de rojo, como símbolo de regreso a la juventud, y portan un molinete de papel o kajimayaa en un desfile a través del pueblo en el que la gente se les acerca para tocarles o estrechar sus manos, pues piensan que de esa manera compartirán salud y longevidad.
La espiritualidad de los mayores de Okinawa está presente en el aforismo confuciano de evitar comer hasta saciarse, en la meditación y en la relación que guardan con la naturaleza, que les viene de los principios de la filosofía sintoísta. En Japón conviven en plena armonía el sintoísmo, bajo cuyos rituales se suele celebrar el nacimiento y el matrimonio; el budismo, que llegó desde China en el siglo VI, destinado, por lo general, para actos funerarios, y el confucianismo, que considera realizada a la persona en tanto que ser social que ocupa un puesto y desempeña una función en una comunidad.
El confucianismo da gran importancia a los ritos como forma de conservar el pasado mítico legado, como símbolo de jerarquía y poder, como método de autodisciplina y dominio de uno mismo y como garantía de que la sociedad y el Estado funcionan correctamente.
El estudio de los centenarios de Okinawa demuestra que la longevidad es una cuestión más de costumbres que de genes, dado que los propios habitantes de Okinawa han visto reducida dramáticamente su esperanza de vida cuando se han trasladado a vivir al extranjero, como ocurrió con los que fueron reclutados en 1930 para trabajar en las plantaciones de caucho en Brasil, donde consumieron en abundancia carne de vacuno por ser barata, lo que derivó en una expectativa de vida 17 años menor que la de sus vecinos en la isla.
Pese a la gran influencia estadounidense -en Okinawa está desplegada la mayor cifra de fuerzas militares de Estados Unidos en el país asiático, 18.000 efectivos repartidos en nueve bases-, la gente mayor no ha cambiado apenas o nada sus gustos alimenticios; pero no se puede decir lo mismo del resto, que padece, además de exceso de peso, diabetes, tensión alta y tabaquismo. En 2005, la publicación de un censo conmocionó a Okinawa al revelar que la esperanza de vida de los hombres de la isla cayó hasta el puesto 26 de la clasificación mundial y hasta el último de Japón por el aumento de la tasa de suicidios, que llegó ese año a 27,5 por cada 100.000 habitantes.
Las cosas están cambiando. El índice de suicidios se incrementa en Okinawa mientras disminuye en el resto de Japón, y afecta especialmente a la generación de los nacidos entre 1946 y 1949 por encontrarse en el momento crítico en sus vidas, en que hacen frente a su próxima jubilación y en que son más susceptibles a desarrollar depresión por la edad, aseveran responsables del Centro de Bienestar Psiquiátrico de Okinawa.
Suzuki ha subrayado "la paradoja de Okinawa", es decir, la curiosa convivencia de los jóvenes fumadores y obesos por adoptar la forma de vida estadounidense de desplazarse siempre en automóvil, pasar el tiempo libre en centros comerciales e ingerir comida basura, y las personas más longevas del mundo que llegan a esas edades en excelente estado físico y mental.
El experto establece una relación directa causa-efecto entre la instalación de las bases estadounidenses en Okinawa y la pérdida de las saludables costumbres. El primer McDonald's de Japón no se abrió en Tokio, sino en esa isla en 1976, que hoy cuenta con el mayor porcentaje de hamburgueserías de todo el país (8,19 por 100.000 habitantes). Concluye Suzuki: "Los mayores están viviendo más tiempo, pero los jóvenes están muriendo cada vez más jóvenes".
En Ogimi desempeña un papel central el telar de Kijoka, a tres kilómetros. A él acuden regularmente las ancianas, incluidas las centenarias, a mostrar a escolares y a turistas cómo tejer bashofu. Es una de las señales de que los habitantes mayores de estas islas llevan una vida muy relajada. Más claves: meditan habitualmente, lo que les ayuda a relajarse; cultivan el optimismo y el sentido del humor, y mantienen una red tupida de lazos con sus familiares y la comunidad, donde se cuidan unos a otros tanto en el aspecto emocional como en el financiero y social, y en cuyas actividades participan. Subraya el estudio de Suzuki y los hermanos Willcox: "Hay un elemento cultural, y es que la gente de Okinawa forma una comunidad muy unida en la que es importante el yuimaru, que en Japonés significa el círculo de relaciones".
Frente a otras sociedades, los ancianos japoneses afrontan la vejez con la complacencia y el disfrute que el confucianismo y el budismo que impregna sus vidas confiere a los más mayores. Al contrario de lo que sucede en Occidente, en Okinawa los ancianos disfrutan de gran respeto social. Muestra de ello es que, cuando se llega a los 60 años, se celebra el kanreki, o comienzo de la edad mayor feliz; el toukachi, a los 88, y el kajimaya, la mayor fiesta de todas, al alcanzar los 97; en ella los ancianos visten de rojo, como símbolo de regreso a la juventud, y portan un molinete de papel o kajimayaa en un desfile a través del pueblo en el que la gente se les acerca para tocarles o estrechar sus manos, pues piensan que de esa manera compartirán salud y longevidad.
La espiritualidad de los mayores de Okinawa está presente en el aforismo confuciano de evitar comer hasta saciarse, en la meditación y en la relación que guardan con la naturaleza, que les viene de los principios de la filosofía sintoísta. En Japón conviven en plena armonía el sintoísmo, bajo cuyos rituales se suele celebrar el nacimiento y el matrimonio; el budismo, que llegó desde China en el siglo VI, destinado, por lo general, para actos funerarios, y el confucianismo, que considera realizada a la persona en tanto que ser social que ocupa un puesto y desempeña una función en una comunidad.
El confucianismo da gran importancia a los ritos como forma de conservar el pasado mítico legado, como símbolo de jerarquía y poder, como método de autodisciplina y dominio de uno mismo y como garantía de que la sociedad y el Estado funcionan correctamente.
El estudio de los centenarios de Okinawa demuestra que la longevidad es una cuestión más de costumbres que de genes, dado que los propios habitantes de Okinawa han visto reducida dramáticamente su esperanza de vida cuando se han trasladado a vivir al extranjero, como ocurrió con los que fueron reclutados en 1930 para trabajar en las plantaciones de caucho en Brasil, donde consumieron en abundancia carne de vacuno por ser barata, lo que derivó en una expectativa de vida 17 años menor que la de sus vecinos en la isla.
Pese a la gran influencia estadounidense -en Okinawa está desplegada la mayor cifra de fuerzas militares de Estados Unidos en el país asiático, 18.000 efectivos repartidos en nueve bases-, la gente mayor no ha cambiado apenas o nada sus gustos alimenticios; pero no se puede decir lo mismo del resto, que padece, además de exceso de peso, diabetes, tensión alta y tabaquismo. En 2005, la publicación de un censo conmocionó a Okinawa al revelar que la esperanza de vida de los hombres de la isla cayó hasta el puesto 26 de la clasificación mundial y hasta el último de Japón por el aumento de la tasa de suicidios, que llegó ese año a 27,5 por cada 100.000 habitantes.
Las cosas están cambiando. El índice de suicidios se incrementa en Okinawa mientras disminuye en el resto de Japón, y afecta especialmente a la generación de los nacidos entre 1946 y 1949 por encontrarse en el momento crítico en sus vidas, en que hacen frente a su próxima jubilación y en que son más susceptibles a desarrollar depresión por la edad, aseveran responsables del Centro de Bienestar Psiquiátrico de Okinawa.
Suzuki ha subrayado "la paradoja de Okinawa", es decir, la curiosa convivencia de los jóvenes fumadores y obesos por adoptar la forma de vida estadounidense de desplazarse siempre en automóvil, pasar el tiempo libre en centros comerciales e ingerir comida basura, y las personas más longevas del mundo que llegan a esas edades en excelente estado físico y mental.
El experto establece una relación directa causa-efecto entre la instalación de las bases estadounidenses en Okinawa y la pérdida de las saludables costumbres. El primer McDonald's de Japón no se abrió en Tokio, sino en esa isla en 1976, que hoy cuenta con el mayor porcentaje de hamburgueserías de todo el país (8,19 por 100.000 habitantes). Concluye Suzuki: "Los mayores están viviendo más tiempo, pero los jóvenes están muriendo cada vez más jóvenes".
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