El Sermon de la Paz lo escribe Juan Zorrilla de San Martín en 1924 y termina justamente así:
Y como suele salir un pájaro volando de entre las hiedras que envuelven un viejo muro, el niño de sesenta años que tengo en el corazón, y que en este libro ha pensado, o cantado, o dicho místicas ingenuidades, salió de entre las hojas...
Sí, contesté a mi amigo, tristemente, mirando al mar; efectivamente, deben de haber subido mucho de precio estos terrenos...¡qué le hemos de hacer!...
Y yo miraba largamente el mar, ... y el mar me miraba; y sentía el silencio de mis mares interiores.
Pues 95 años después de escribirlo hoy la ciencia también lo confirma ... el solo hecho de mirar el mar no solo es capaz de tranquilizarnos, sino que también nos cambia la química de nuestro cuerpo.
Los sonidos del mar disminuyen el estrés y nos transportan al vientre materno.
Especialistas afirman que el ruido que emite el mar reduce nuestros niveles de cortisol, la hormona del estrés, y nos transmite calma. Incluso han llegado a sugerir que nos recuerda al sonido de los latidos del corazón de nuestras madres cuando estábamos en el vientre materno, lo cual tendría un impacto emocional relacionado con la protección y seguridad.
Cuando miramos hacia el mar, o a lo largo de la costa, percibimos un entorno predecible y estable”, dijo el neurocientífico Michael Merzenich. Él explicó que nos sentimos seguros cuando estamos en lugares libres de amenazas como animales salvajes en la selva o delincuentes en una gran ciudad, y la superficie del mar que se pierde en el horizonte de manera plana y constante le transmite a nuestro cerebro esa sensación de estabilidad y seguridad.
Uno de los efectos fue descubierto por un equipo de científicos que se dispuso a estudiar la relación entre el contacto con la playa y la salud en un proyecto llamado BlueHealth (“Salud azul”). Los científicos descubrieron que los sonidos del mar estimulan un área del cerebro llamada corteza prefrontal, la zona responsable de nuestras emociones y de la reflexión personal, y se dieron cuenta de que el mar amplía en nuestros cerebros la capacidad de autoconocernos y de sentir bienestar emocional.
Las ondas del océano también juegan un papel en nuestro bienestar, por más surrealista que parezca. De acuerdo con una investigación, cuando estamos en la playa, nuestro cuerpo absorbe los iones negativos que despiden las ondas del océano e impulsan cambios en nuestras moléculas. Así incitan a nuestro organismo a absorber más oxígeno y a regular nuestros niveles de serotonina, una sustancia que controla la ansiedad. ¿El resultado? Una sensación de paz similar a la que sentirías luego de hacer yoga.
Ir al mar en un día soleado, también aporta un impulso químico de felicidad:
Otro estudio descubrió que cuando estamos recostados en la playa tomando Sol, el calor de este influye en nuestro sistema endocrino, el responsable de liberar endorfinas (el mismo químico que te hace sentir alegre cada vez que disfrutas de un chocolate).
Aunque siempre debemos tener cuidado de no olvidar aplicarnos protector solar, lentes de protección UV, respetar los horarios y mantenernos hidratados.
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