Me ha dado que pensar la pregunta de una joven hija de un guardia civil a la que admiro profundamente. El matrimonio de sus padres se deshizo por culpa de la esposa cuando ella tenía apenas 15 años. De la pubertad son casi todos recuerdos dolorosos, cuando no abusos de otros más fuertes y despiadados. Es una realidad que descubrimos a menudo los que, como yo, bajamos de la nube en la que vivimos. ¿Cuál fue la pregunta de esta joven ahora ya letrada?
La pregunta en sí no es tan relevante como el preguntarse por qué las personas que han sufrido formulan preguntas con mayor frecuencia a los que vivimos en una nube que a los antiguos sabios versados en lo sobrenatural. ¿Por qué nos piden a nosotros precisamente las recetas del bienestar?
Ha cambiado el concepto de sabiduría. Lo que ahora da cierta confianza a la gente es constatar la familiaridad con los procesos emocionales implicados en la felicidad, de muchos de los cuales puede medirse ya su intensidad; pero no es eso lo más significativo. Antes eran sabios los que sabían mucho latín o casi todo de la supuesta vida sobrenatural, que sigue invadiendo hasta grados inimaginables la mentalidad de las personas.
Los sabios modernos son gente implicada en el pensamiento metafórico, que aprendieron a desgranar hace apenas cuarenta mil años. Espacios cerebrales utilizados hasta entonces para sugerir determinados pensamientos de un solo género, como los materiales, se empezaron a vincular con los recuerdos anclados en espacios cerebrales totalmente distintos, como los biológicos: “Mi hijo es más resistente que el hierro”, dijo algún innovador metafórico lejano. Y la joven letrada a que me refería antes pudo empezar a barruntar algo de lo que le pasaba.
El sabio moderno está más familiarizado también con el estudio de la vida antes de la muerte –que la hay, realmente, aunque mucha gente no lo crea– que con la supuesta vida después de la muerte; son también expertos en experimentar en detalle las tesis sugeridas porque son, en definitiva, partidarios de que la ciencia irrumpa en la cultura popular. Son los sabios de hoy día mucho más modestos que los sabios del pasado, y en ellos la gente tiende a confiar cuando se pregunta sobre los factores personales que pueden ayudarla a sobrevivir.
La joven letrada a la que antes me refería sigue acosada por tribulaciones sin fin, pero hoy cuenta con algunas señales a las que agarrarse en medio del vendaval. Es imprescindible aprender a gestionar las propias emociones. Saber diseñar la tabla de compromisos de forma diaria, semanal, mensual y anualmente para poder diferir lo que el cambio de talante o la crisis obligue a diferir. Hacer lo imposible para ejercer cierto control sobre nuestras propias vidas; no hay vida si no se controla por lo menos parte de ella. Ser consciente de la importancia comparativa de las relaciones personales en el entramado vital. Hace falta un determinado nivel de resistencia y perseverancia en el cumplimiento de los objetivos que uno se ha fijado. Y lo que los psicólogos califican de vocación para sumergirse en el “flujo”, ya sea del amor, del trabajo o del entretenimiento.
Hemos aprendido, además, y no es nada baladí, que no se puede comprar el bienestar. A medida que aumenta el nivel de riqueza –y ya puede ponerse la gente como quiera–, aumenta también el desasosiego inducido por el abanico de una mayor elección. La infelicidad no es el resultado del mercado, como se cree tan a menudo, sino de la falta de transparencia de ese mercado y la consiguiente corrupción. Que se lo pregunten, si no, a tantos defraudados y parados por culpa de especuladores que en el sector de la construcción vendieron a precios exorbitantes.
Respuestas to “El bienestar no se compra”
Ante un mismo trauma físico o psicológico, hay seres que naturalmente tienen una mayor capacidad de rehacerse (resiliencia), hay otro que requieren todo un proceso de reaprendizaje, pero hay otros que sin proponérselo, y sin elaborarlo conscientemente, han aprendido el lenguaje de “sentirse víctimas”, y han desarrollado y potenciado los circuitos hacia esa identidad. En estos casos es donde tanto las redes de apoyo como la consulta especializada, tendrían mayor porcentaje de fracaso terapeútico.
Existen distintos patrones de estados anímicos que hacen que una persona no pueda desarrollar su potencial de bienestar al enfrentar distintas situaciones de la vida cotidiana.
Son las llamadas emociones tóxicas, o emociones destructivas, de las que hablan Daniel Goleman y Bernardo Stamateas en sus respectivos libros.
Muchas veces el ser humano tiene “emociones encapsuladas” que termina enviándolas a alguna parte del cuerpo generando con ello la expresión de diferentes enfermedades.
La emoción es energía que tiene que gastarse, tiene que fluir, como el dolor o la contrariedad, que son emociones que deben salir del cuerpo. Siguiendo la línea de Mihaly Csikzentmihalyi en su libro “FLUIR”, Stamateas también sostiene que “El universo está organizado para fluir”.
La sangre fluye, el agua fluye y todo lo que no fluye, se estanca y tiende a descomponerse. UNA EMOCION QUE QUEDA FIJADA O ENCAPSULADA SE TRANSFORMA EN ALGO TOXICO:
HAY SERES QUE NO SE PERMITEN EL REGOCIJO, Y LO VEN CON CULPABILIDAD:
Hay sentimientos de insatisfacción constantes que nacen de la queja y de la culpa interior y tienen su origen en un idioma aprendido tempranamente que les dice que si “logramos regocijo o prosperidad lo hacemos en contra del bienestar colectivo”
Si aprendimos estos “códigos de autosabotaje tempranamente” no nos permitiremos plenamente el regocijo, y este miedo a prosperar o a ser feliz, condicionará el futuro de muchas personas.
Muchas de las causas que llevan a la salud, al amor y a la prosperidad, están directamente relacionadas con el nivel de autovaloración que tenemos, ya que él es el que nos permitirá aceptar o no el éxito o la abundancia personal.
Muchos seres, formados en una cultura que castiga el triunfo individual, no se permitirán el disfrute ni el éxito plenamente, por lo que ante una emoción placentera, dispararán “codigos de autosabotaje” y sensaciones displacenteras para impedir un disfrute pleno de las cosas buenas que le están pasando.
Todos tenemos emociones tóxicas ocasionales”, el problema está cuando esa emoción queda enquistada por muchos años y pasan a formar parte de esa estructura que llamamos "nuestra identidad", por lo que forman parte de nuestra manera de funcionar en la vida diaria”.
Estos diferentes escenarios nos hablan de la complejidad del ser humano, y de la limitación que podremos tener pese a toda la buena disposición que pongamos en cada caso.
Por eso que debemos ser humildes y saber reconocer que nuestro conocimiento es limitado y no tenemos respuestas para todas las interrogantes, ni podremos ayudar a curar a todas las personas.
1) Emociones tóxicas y códigos de autosabotaje
http://drgeorgeyr.blogspot.com/2010/05/emociones-encapsuladas-que-se-vuelven.html
Dr. Jorge de Paula: 5 Septiembre 2010 a las 2:22 am