22/4/13

Entrevista a la viuda de Francisco Varela: Amy Cohen Varela

Entrevista a la viuda de Francisco Varela, Amy Cohen Varela:
 A 10 años de la muerte de Francisco Varela (uno de los científicos más respetados del mundo), su viuda norteamericana, una famosa psicoanalista habla de él por primera vez, habla de su historia común y de los últimos tiempos de Francisco Varela.
Le gusta Chile. No le tiene ningún rencor, como si no hubiera internalizado nunca el hecho de que su marido, Francisco Varela, sea reconocido como uno de los científicos más importantes y creativos en el mundo entero.
Sin embargo, ella viene todos los años, desde hace más de 25 años, y disfruta de la familia de Francisco como si fuera la suya y del paraíso de la infancia, Montegrande. Allí, junto a las cenizas de Gabriela Mistral están las de Francisco Varela.
Ahora Amy Cohen está en Chile una vez más, ahora en un contexto de homenajes al biólogo, filósofo, inmunólogo, padre de la actriz Leonor Varela, budista, amigo personal del Dalai Lama y autor de muchos libros que comienzan con su teoría del conocimiento junto a Humberto Maturana en los años 70, y que culminan este mes en Valparaíso y en Montegrande, donde se lanzó un libro que recopila casi todos sus escritos, La ciencia del ser, a 10 años de su muerte. El tributo a Varela lo organizó el Instituto de Sistemas Complejos, fundado por Eric Goles, entre otros destacados científicos.

Amy tiene toda la pinta de "gringa deslavada": genuinamente rubia, de ojos azules sin maquillaje, de sonrisa fácil y un castellano con acento indesmentible. Además, parece asombrarse con cosas que ya le deberían ser obvias después de más de 30 años en la familia Varela, como el cariño del "tata", su suegro, o la belleza del campo familiar en Montegrande.

Por eso le pido que hablemos en inglés, para escucharla con los matices que sólo da el idioma propio. Lo agradece. Y al poco rato, se transforma en una mujer interesante, cuya belleza está en su forma de escuchar, en la seriedad con que intenta ser rigurosa, en lo original que deviene su mirada. Esto, sin desmerecer que es alta, delgada y bonita a sus 53 años.
Antes de ser la mujer de Francisco Varela, Amy Cohen había estudiado literatura en Boston, su ciudad natal, se había casado con un francés y ambos se habían ido a vivir a París, donde ella estudió literatura comparada. Eran los tiempos cuando entre los profesores se encontraban Foucault, Althusser o Derrida, por mencionar algunos.

-Lo que más me gustaba era leer, podía pasar días enteros enfrascada en la vida de otros... Entonces pensé, por qué esos otros no podían ser personas reales y de paso podía contribuir con sus vidas, relacionarme con otros. Y entonces entré a estudiar psicología clínica y psicoanálisis.

Se entusiasmó tanto que se convirtió en una psicoanalista que ejerce hasta hoy en Francia.

El matrimonio con el productor musical galo duró poco, no tuvieron hijos y ella estaba tan enamorada de su profesión y de la luz de esa ciudad, que parece no haberlo resentido mucho. Un día estaba dando una ponencia en un congreso sobre literatura y psicoanálisis. La habían dejado para el final y los asistentes ya estaban cansados, lo que la puso aún más nerviosa. Tenía 27 años y no había hablado en público. Luego de los aplausos, vio que un hombre saltó al escenario, la felicitó y le pidió que se tomaran un champagne en el cóctel de cierre. Tenía los dientes separados y sabía de literatura casi tanto como ella...

Amy se queda por un momento en la duda.

-No. Sabía menos que yo -afirma con un dejo de orgullo. Era Francisco Varela.


Lo pasaban bien juntos. Se hicieron muy amigos antes de juntar casas. Más tarde se casaron y tuvieron a Gabriel, hoy de 19 años, escribieron juntos ensayos sobre psicoanálisis, biología y vida. Ella siguió trabajando en lo suyo, pero los hechos demuestran que sobre todo lo acompañó. A vivir y a morir. Ambas experiencias igualmente intensas, entrelazadas en el tiempo, porque el cáncer no soltó a Francisco jamás durante varios años, en los que también fue muy fértil en sus descubrimientos científicos.

Todavía, 10 años después de su muerte, ella lo tiene vivo dentro de sí. Al menos así se percibe. Porque su forma de relatar los últimos días de Francisco es tan realista como iluminada, como si ese calvario hubiera sido "mágico" en la relación de pareja, así lo dijo literalmente, y el momento de la muerte, un "alivio".

El gran baile: Uno de los temas que más apasionaba a este médico, filósofo, matemático, inmunólogo que se doctoró en Harvard a los 23 años, era el origen del conocimiento. Aquello de que las cosas no existen hasta que el observador las ve y ahí comienza un baile que le da forma al objeto y al que lo ve. Esto fue lo que en primer lugar escribió con Humberto Maturana en los 70 y que publicaron en el libro El árbol del conocimiento. Pero después de estudiar los ojos de las ranas, Varela no paró más de investigar en un laboratorio de la Universidad de París y fue sofisticando esta teoría y llevándola al campo de la empatía, del amor, la religión, la medicina.

Por ahí dice que "la experiencia viene antes que la materia", que todo nace en el momento en que se entra en relación con el otro. Por eso no cree en los mundos individualistas y tan privados, le parecen pobres. "Se cae a pedazos la idea de que todo está en la mente. Mi mente es a partir de la mente del otro y en la relación, en ese baile está el poder constitutivo de la empatía, que educa lo emocional".

-Además de crear con fundamentos reales, de laboratorio, su marido siempre mencionaba esto del baile entre las cosas. ¿Le gustaba a usted bailar con él?

-(Con un poco de pena, se ve obligada a hacer una confesión). Nunca bailamos, no lo recuerdo. Tal vez porque yo no soy buena bailarina. Nuestras mentes bailaron mucho, eso sí. Lo que hacíamos mucho en París -porque yo ya llevaba viviendo un tiempo y él venía llegando- era comer, íbamos a restaurantes, al campo, y comíamos la comida francesa y los vinos. Yo le enseñé a cocinar. Cuando lo conocí no sabía ni hacer un huevo (se ríe). Tuve que hacer mucho trabajo para sacarle al macho chileno que tenía adentro. Y él me enseñó el gusto por la ópera y el teatro. Así es que lo pasábamos muy bien, eran tiempos muy sensuales y fascinantes, a pesar de no haber bailado.

-¿Él pasaba muchas horas leyendo? Si no, ¿cómo se las arreglaba para citar a poetas, a todos los filósofos imaginables, a los griegos y a los japoneses de hoy?

-Su mamá decía que desde muy pequeño no se leía los libros, ¡se los comía! Y es cierto que sus intereses eran infinitos, todo le interesaba. Sí, leía bastante, pero yo diría que sobre todo tenía una capacidad extraordinaria de ir sintetizando lo más importante y lo asociaba con otras lecturas, lo que le daba una red de entendimiento en su cabeza que le permitía conectar cosas tan distintas y hablar en forma muy comprensible sobre tantos temas.


-¿Cómo se vive en normalidad con un tipo tan genio?

-Yo no vivía con un genio, vivía con un hombre. No llevaba trabajo a la casa. Se quedaba muchas horas en la universidad, viajaba mucho, yo a veces lo acompañaba. Pero en la casa era bueno para ayudar con la limpieza... Ah, y cosía mucho mejor que yo: pegaba botones, hacía bastas. Y cuando yo estaba cocinando, yo era la genio de la casa. Si estábamos hablando de la filosofía de la ciencia o de un texto sobre neurociencia, él era el genio. Aprendíamos mucho uno del otro.

-¿La escuchaba realmente?

-Sí, lo que me conmovía mucho. Era raro en un científico, pero estaba abierto a dialogar sus cosas conmigo. Esa es una de las cosas que más echo de menos, ese tejido que creábamos al conversar que nos nutría a los dos.
Los últimos meses: Entre ellos hablaban en inglés y luego lo mezclaban un poco con el francés. Y a pesar de viajar mucho, y de venir a Chile todos los veranos, siempre vivieron en un espacioso departamento en París. También arreglaron una antigua casa del sur de Francia, en Ménerbes, donde juntaron los libros de todos los tiempos. Ahí se refugiaban, especialmente cuando, en 1994, Varela se enfermó. Ya hacían más de 20 años que el científico había entrado en su cercanía con Buda. Aquello, de hecho, se produjo después del golpe militar del 73, cuando tuvo que salir del país con su primera mujer -la madre de Leonor Varela, la actriz- y se sintió perdido. No de su quehacer científico, del que nunca dudó, si no de su propia vida que hasta ese momento tenía un orden y de repente todo se derrumbó. Ahí descubrió la meditación y estos mundos que luego le permitieron sobrellevar el dolor.

Un día Amy lo llevó a hacerse un chequeo con su propio médico internista, porque hacía años que Francisco no iba a un doctor.

-Mientras le revisaba los ojos, vi que no ponía muy buena cara. Cuando llegaron los resultados de los exámenes, apareció que el hígado no estaba funcionando bien. No había razones posibles, no era nada de alcohólico. Entonces se determinó que era una hepatitis ni A ni B. Se hizo la investigación y un día salimos a caminar por París, el último día de 1994, y me contó que era una hepatitis C. En ese momento sentí que se me hundió el corazón, que entrábamos en una pesadilla.

Y así fue. Los exámenes de sangre eran todos los meses, Francisco se empezó a sentir más y más cansado, lo que no afectó en absoluto sus investigaciones y conferencias. De hecho, sus publicaciones entre 1995 y 2000 son más y más trascendentes que su trabajo anterior. Pero esto lo llevó a meditar durante muchas horas, a llegar a ese estado de "nada" que tanto lo atraía.

En 1996 le detectaron cáncer al hígado, y lo pusieron en lista de espera hasta que lo pudieron trasplantar. El no estaba nada de seguro de hacerlo, no tenía fe en el trasplante. Pero un día el Dalai Lama le escribió conminándolo a hacérselo. "Debes hacer lo que sea necesario para quedarte aquí, porque te necesitamos".


Esa era la última palabra. Se hizo el trasplante. Estuvo dos meses en la UTI y ahí elaboró otras teorías sobre la medicina que divide a los seres humanos en cuerpo y el interior, lo que es "completamente falso, porque son indivisibles", decía.

Amy miró estos años también de otro modo.


-Ayudarlo, apoyarlo durante este tiempo fue parte de mi naturaleza, pero no sabía que al hacerlo me estaba sobre todo ayudando a mí misma. Aunque suene muy sentimental, él fue una inspiración. En la medida que su debilidad física crecía, se iba fortaleciendo más y más en su cabeza y en su corazón. Cuando lo conocí, a pesar de ser abierto a escuchar, igual era competitivo y hasta un poco arrogante públicamente. En cambio, en estos últimos años fue más humilde. Nuestro amor creció, la solidaridad y la admiración también crecieron. Llegamos a niveles muy profundos, a los que no hubiéramos llegado sin la enfermedad. Igual preferiría que no se hubiera enfermado, pero esto es para decirte que la enfermedad trajo su regalo.

El hígado trasplantado también contrajo cáncer. Y ahí supieron que ya no había otra oportunidad. Vinieron a Montegrande, era su manera de cerrar el ciclo de su vida. Y ahí fue que el documentalista suizo Franz Reichle le hizo una última entrevista. Estaba muy flaco, pelado y con poca voz, pero con la dignidad y seguridad de siempre. "Montegrande es una infancia, es mi abuelo haciendo el pan a las 5 de la mañana, es la paz de no haber estado nunca desprotegido...", dice ahí.

Esta visita fue en febrero de 2001. Volvieron a París y concluyó sus proyectos con alumnos y colegas, trabajó muy enfocado y quemó allí sus últimas energías.

En mayo ya no podía caminar y Amy se sentaba detrás de él para que pudiera meditar sentado. "Fue un momento mágico para nosotros", recuerda. Luego empezó a llegar toda su familia de distintos países, incluido su padre octogenario desde Chile. Y Amy lo acompañó adivinándole su pensamiento cuando ya no tenía voz. Seguían durmiendo en la misma pieza, en distintas camas. Una noche Francisco respiraba con mucha dificultad y mucho ruido. Ella no podía conciliar el sueño. Dice que de repente se durmió y soñó con el canto de un pájaro. Despertó sobresaltada y escuchó los pájaros del amanecer en la ventana. Miró a Francisco y ya no respiraba.

-Fue su silencio el que me despertó. Me quedé una hora más con él, sola. Y en lugar de no poderlo creer, sentí un profundo alivio y me dije sí, puedo creerlo, Francisco ha muerto.

4 comentarios:

  1. Un gran científico chileno para la humanidad. Y siento que no ha sido reconocido como se merece. Este es un relato muy emocionante y estremecedor. Me da alegría saber que se hizo un evento para recordar su obra. Gracias Francisco
    César

    ResponderEliminar
  2. Al leer las palabras de Amy entiendo cuando Varela por ahi dijo que con Amy sentía que no quedaba nibguna parte de él fuera, que su esposa lo contenía completamente dentro de ella... Se aprecia a la distancia que fueron dos seres que se enriquecieron mutuamente, bien por ellos y por nosotros, que podemos beneficiarnos de las ópticas precisas, para varios aspectos de la realidad, que nos dejó Varela y que para variar aquí en Chile no ha sido debidamente reconocido. Gracias x la entrevista, con mucha sensibilidad ;-)

    ResponderEliminar
  3. Margarita María Cruzviernes, mayo 26, 2017

    Me remece la profundidad del relato. Sin duda se unieron dos grandes.....Me hubiera gustado saber cómo ella pudo sobrellevar su pérdida......Es como perder parte de uno mismo .....así los percibo de fundidos.
    Sí ......¡¡¡¡ el amor existe !!!!

    ResponderEliminar

COMENTARIOS: