28/8/10

Los riesgos de la tecnoinformática y la manipulación genética - Dra. Paula Sibilia

NO TENDREMOS RESPUESTAS PARA TODAS LAS PREGUNTAS, NI PODREMOS SALVAR A TODOS NUESTROS PACIENTES:
El estremecimiento de las grandes preguntas: Paula Sibilia es antropóloga, argentina, docente en la Universidad de Río de Janeiro. Con el rigor y el punto de vista que le aporta su profesión, pero con la lucidez y el talento para la escritura ensayística que le son propios, ha producido una obra trascendente.
Produce en el lector el estremecimiento que proviene del tratamiento de temas que abordan la propia condición humana y el antiguo regocijo de la lectura de un texto bellamente escrito.
Inmersos en el vertiginoso universo del conocimiento científico, aislados en la imposible carrera de apropiarnos de las novedades que no cesan de aparecer, no resulta infrecuente que dejemos de lado las preguntas fundamentales.
La alienación que una formación enfática y restringida suele ocasionar en quienes, de un modo más o menos directo, estamos involucrados en el campo de la ciencia nos priva a menudo de la oportunidad de interrogarnos por el “sentido” de aquello que perseguimos.
Vértigo, alienación, formación profesional fragmentaria, ausencia de diálogo interdisciplinar y un mundo que relativiza los valores son algunos de los condicionantes de un encierro epistemológico del que la mayoría somos víctimas.
La “naturalización” del conocimiento, la pérdida de la dimensión histórica de los contenidos y la carencia de herramientas analíticas específicas nos entorpece la perspectiva de aquello a lo que hemos entregado nuestra propia existencia.
¿Qué podrá ocasionar en un lector como este un texto que desnuda aspectos no visibles de su práctica cotidiana?
¿Qué secretos deseos de interrogación o de rechazo podrá suscitar una obra que cuestiona nuestros propios fundamentos?
¿Seremos capaces de afrontar una lectura que nos desaloje de la inercia de una perspectiva única?
¿Podremos soportar el peso de una pregunta para la que en general no tenemos respuesta?
¿Podremos afrontar el reto de la incertidumbre y las grietas de nuestras frágiles certezas?
¿Seremos capaces de detener el vértigo neoplásico de la información y encontrar la pausa y la apertura para reflexionar sobre sus propios fundamentos?
EL HOMBRE POSTORGANICO de Paula Sibilia:
“El Hombre Postorgánico” aborda de un modo a la vez contundente y fundado, pero perfectamente comprensible para un lector no especializado, las complejas relaciones entre cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. La propuesta de Paula Sibilia es de una apertura tal que rescata al lector del reduccionismo y de la ingenuidad de las certezas sin fisuras.
La Biología y la Medicina se presentan insertas en un proyecto cultural y social que les imprime significado y las transformaciones que se registran se analizan en el devenir de las nuevas perspectivas.
Sobre la distinción básica de una “ciencia prometeica” empeñada en mejorar las condiciones de la existencia y luchar contra las fuerzas hostiles de la naturaleza y una “ciencia fáustica” orientada a trascender la propia condición humana, la autora se interna en los laberintos de los fundamentos que la sostienen.
La era digital concibe a los organismos como meros conjuntos de informaciones y ofrece la posibilidad concreta de un “upgrade” de las personas. Los riesgos, los límites – o su ausencia – los mitos y las falsificaciones de un conocimiento que se independiza de los valores y se concibe a si mismo como pura información desustancializada aparecen en un libro apasionante y conmovedor.
Cuestiones como el genoma humano, la salud como imperativo, la enfermedad como error en el código, la prevención como gestión de los riesgos y tantas otras amplían nuestras perspectivas y nos aportan herramientas infrecuentes para la reflexión sobre nuestra propia práctica.
Es inquietante percibir el modo en que aquel hombre del proyecto humanista que se construía “tallando esa sustancia dócil mediante la educación y la cultura” comienza a reconfigurarse en una modelo que lo transforma mediante la reprogramación genética o la bioingeniería. Queda implícito el riesgo de ingresar en una era de “formateo de cuerpos y almas cuya meta es la productividad”.
Jamás podremos escapar a la tentación de un determinismo genético, a la trivialidad de una biologización radical del hombre si no somos capaces de formularnos las preguntas fundamentales.
Ninguna formación académica en ciencias nos protege de la banalización de los saberes en la medida en que estos quedan suspendidos en una atmósfera de datos puros y obturado el arduo camino hacia los subsuelos del sentido.
No parece razonable que el acceso al conocimiento factual clausure las vías de acceso al universo siempre inestable de los fundamentos y los principios.
Es siempre una aventura del pensamiento y un viaje reconfortante la lectura de un texto inteligente. No es necesario el acuerdo o la conformidad con sus planteos para reconocer un trabajo realizado con solvencia y una actitud de franca honestidad intelectual.
La travesía de un libro que nos involucra, que nos sacude del letargo conceptual, que nos devuelve aquella vitalidad olvidada de un ser que tiene preguntas y nos rescata del asentimiento ciego del que habita un mundo saturado de respuestas.
No tenemos los profesionales de la salud las competencias necesarias como para juzgar un trabajo que nos excede en términos de conocimiento disciplinar. Pero si podemos agradecer la oportunidad de abrirnos las puertas a otras perspectivas y también somos capaces de reconocer el placer que siempre produce el maravilloso espectáculo de una inteligencia desplegada en toda su plenitud.
Entrevista de Intramed publicada en la red el 26 de enero de 2006:
¿Cuál es la especificidad de la mirada antropológica?
La mirada antropológica puede ser muy rica, porque nos permite entender mejor lo que somos en contraste con otras formas de ser humanos, desarrolladas en otras culturas no occidentales y en otros momentos históricos de nuestra propia tradición.
De esa forma, contrastando ciertos aspectos de nuestro mundo con lo que ocurría (o aún ocurre) en otros contextos, resulta más fácil comprender que nuestras verdades no son universales.
Al contrario: al suscitar esa extrañeza con respecto a nuestro mundo presente, esas verdades que nos constituyen aparecen como meras construcciones históricas. Por tal motivo, pueden (y yo creo que deben) ser cuestionadas, ya que podrían ser diferentes. O sea: es posible cuestionarlas y cambiarlas. De modo que la mirada antropológica ayuda a “desnaturalizar” ciertas verdades que se cristalizan en el sentido común, poniéndolas en perspectiva y examinándolas como lo que realmente son: poderosas invenciones culturales.
¿Tu descripción de "nuevas metáforas" implica una crítica al uso de las metáforas como organizadoras de la experiencia o, por el contrario entiendes, que no nos es posible aprehender lo real sin apelar a ellas?
Creo que no es posible (ni tampoco deseable) aprehender lo real sin apelar a la riqueza explicativa de las metáforas. Sin embargo, considero que es fundamental no olvidar que se trata de metáforas.
Los problemas surgen cuando esas imágenes se naturalizan y se transforman en verdades incuestionables, perdiendo toda la plasticidad y la fuerza polisémica de las metáforas para petrificarse en su significado unívoco. De ese modo, impiden los cuestionamientos y paralizan los dinamismos históricos.
¿Tu idea de metáforas les asigna un rol estructurante en el sentido en que Lakoff y Johnson lo emplean?
Sí, pero el problema es cuando esa rigidez estructurante las vuelve incuestionables, adquiriendo una dureza poco propicia al juego lúdico del pensamiento. Como decía Nietzsche: aquello que se considera la verdad fue originalmente postulado como una metáfora, como ilusiones con fuertes potencias expresivas. Sin embargo, ese origen metafórico de la verdad suele olvidarse rápidamente, como podría ocurrir con una moneda que perdió su efigie y pasara a considerarse como puro metal, y no más en su calidad de moneda que simbolizaba un determinado valor.
Lo importante, entonces, es no olvidarnos que se trata de metáforas, para poder rescatar el vigor de esas figuras retóricas en la construcción del pensamiento, en vez de quedarnos aprisionados en su contenido ilusorio y suspender la valiosa labor del pensamiento.
El paso de la idea del "hombre máquina" al "hombre digital, postorgánico" "vida como información": ¿Qué implicancias tiene respecto del modo en que la representación del hombre se construye en el imaginario contemporáneo?
A partir del siglo XVII y hasta muy poco tiempo atrás, los engranajes y poleas de las fábricas que vertebraban la sociedad industrial se convirtieron en analogías útiles, capaces de explicar el mundo como un mecanismo de relojería y el cuerpo humano como una máquina de huesos, músculos y órganos. Digo que eso ocurría hasta hace poco tiempo atrás porque en los últimos años ha ido surgiendo todo un conjunto de nuevas imágenes y metáforas, que emanan del universo digital e informático, y comienzan a impregnar nuestros cuerpos y subjetividades.
En este nuevo contexto, la vieja naturaleza desencantada y mecanizada del mundo industrial se ve desafiada, de modo que sus mecanismos deben ser actualizados y reconfigurados.
Así, con la teoría molecular del código genético, la vida se ha convertido en información y la naturaleza se ha vuelto programable. De ese modo, tanto la vida como la naturaleza han ingresado en el proceso de digitalización universal que marca nuestra era.
La tecnociencia más actual ha inaugurado una promesa tan fascinante como aterradora: la posibilidad de efectuar modificaciones en los códigos informáticos que animan a los organismos vivos (tanto vegetales como animales, incluso humanos).
Basta observar los discursos mediáticos que constantemente divulgan estas investigaciones y descubrimientos, para intuir que se trata de una operación comparable a la edición de software por parte de los programadores de computadoras.
Esta ambición de reprogramar el genoma de cada especie biológica (incluso la humana) o el código genético de cada individuo en particular, con el fin de corregir sus “fallas” o “errores” como si fueran programas de computación, forma parte de una nueva utopía: el sueño de trascender nuestra limitada condición biológica con la ayuda de las herramientas tecnocientíficas. Esos instrumentos suelen provenir de las áreas más privilegiadas de la tecnociencia contemporánea: las nuevas ciencias de la vida y la teleinformática, ambas hermanadas por una especie de horizonte digitalizante que las reúne y las guía. Su propuesta más fabulosa consiste en recurrir a la “evolución postbiológica” o “postevolución” para crear un tipo de hombre “postorgánico”, cada vez más inmune a las enfermedades y al envejecimiento, un cuerpo refractario a la finitud.
Tu mención a conceptos como: tiranía, no neutralidad, no inocencia, etc ¿implican una crítica o un juicio de valor?
Implican la necesidad de mantener al pensamiento crítico en estado de alerta. Mi idea es retomar la “filosofía de la sospecha” que proponía Nietzsche: esa saludable tarea de hacer como si nada fuera evidente y desconfiar de todo, para tratar de enunciar nuevas preguntas capaces de abrir el campo de lo pensable y de lo posible. Si la verdad es “una especie de error” —como decía Foucault siguiendo a su maestro, el filósofo alemán— que tiene a su favor el hecho de no poder ser refutada “porque la larga cocción de la historia la ha vuelto inalterable”, también es cierto que cada época tiene las verdades que se merece, y que corresponde a los jóvenes la tarea de descubrir “para qué se los usa”, como decía otro discípulo nietzscheano, Gilles Deleuze. Yo diría que el pensamiento de todos estos autores —con los cuales elijo alinearme y de los cuales retomo varias herramientas teóricas para analizar el mundo contemporáneo— sigue muy vivo hoy en día, justamente por ese motivo: porque incitan al cuestionamiento permanente y estimulan las bellas artes de la sospecha. Las verdades vigentes en cada época deben ser cuestionadas y reinventadas. Y en esa tarea no hay lugar para los “análisis objetivos” o las “posiciones neutras”. Solamente recurriendo a la audacia teórica, artística o filosófica —es decir: osando, tomando partido— será posible constatar que no hay nada de inevitable, neutral o “natural” en el mundo en que vivimos. Por eso es tan importante asumir esa tarea crítica, tan creativa como política: definir lo que somos y lo que queremos ser.
¿No crees que es imposible no depender de alguna representación para construir la imagen del hombre y que esta es histórica y, muchas veces, más efímera de lo que secretamente quisiéramos?
Claro, estoy firmemente convencida de que las imágenes y las definiciones del hombre son construcciones socioculturales, que se van modificando en los diversos momentos históricos. Creo que es primordial tener esto en cuenta, porque esas definiciones históricas suelen constreñir el campo de lo pensable y de lo posible. Por eso es importante desafiar sus rigideces, discutir su estatuto de verdades incuestionables y estimular la formulación de nuevas definiciones.
¿Será la ciencia quien hoy construye, sin saberlo, esta nuevas cosmologías, estas narraciones que den sentido al hombre contemporáneo? Si así fuese: ¿No estaremos produciendo el más ingenuo y reduccionista relato cosmogónico de la historia de la humanidad?
Hoy en día, la tecnociencia desempeña un papel fundamental en la construcción de nuestras visiones del mundo, las maneras cómo definimos a la naturaleza, la vida, y el ser humano (y las formas en que somos seres vivos y humanos). Yo no sabría decir si estos relatos actuales son los más ingenuos y reduccionistas de la historia, pero sí creo que nos convendría estar alertas y tratar de evitar toda ingenuidad y todo reduccionismo, para intentar entender mejor qué es lo que somos o en qué estamos convirtiéndonos, con el fin de ejercer el pensamiento crítico y tomar las decisiones más adecuadas.
¿El impacto de la tecnología sobre las culturas es homogéneo o, como suele mencionar García Canclini, nuestro países, en los arrabales del mundo, "resignifican" estas experiencias en sus propios contextos?
Es evidente que hay fuertes diferencias culturales entre los distintos países, pero el veloz proceso de globalización de los mercados que está afectando al mundo contemporáneo aglutina a todas las naciones, y cada vez más parece suscitar una especie de fuerza concéntrica tendiente a reducir esas diferencias. De modo que no se trata de un impacto en bloque homogéneo y completamente unívoco, pero sí creo que podemos constatar varios factores importantes que se están universalizando; es decir, que más allá de pequeños detalles locales, están volviéndose hegemónicos en todo el planeta.
¿Tu descripción de la genetización determinista de la existencia o la biologización radical de la idea de hombre traducen una perspectiva que detecta una reducción respecto del peso de lo ambiental y cultural como moduladores de la experiencia humana?
Yo no creo que el peso de lo ambiental y lo cultural como moduladores de la experiencia humana se esté reduciendo de hecho, pero sí considero que las grandes narraciones hegemónicas de la actualidad tienden a biologizar todos los conflictos humanos, tanto colectivos como individuales. Como consecuencia de esa visión del mundo, tienden a ofrecer soluciones técnicas que recurren a la medicalización de esas “fallas” inscriptas en los organismos.
Esta tendencia se percibe fácilmente en el determinismo genético más grosero y en el auge de las explicaciones neurológicas del comportamiento humano, por ejemplo, que pasan a impregnar el sentido común a partir de su constante diseminación por los medios de comunicación, y que suelen despreciar la importancia del ambiente, el peso de la historia y de la cultura.
¿Cuál es tu perspectiva respecto de análisis como los de Evelyn Fox Keller respecto de la genética y sus relaciones con el lenguaje y las representaciones?
Evelyn Fox Keller es una autora muy interesante, creo que su obra es importante para pensar lo que está sucediendo en la sociedad contemporánea, también enfocando las metáforas emanadas de los discursos científicos que se hacen carne en el mundo.
¿Cuando hablás de representaciones lo hacés desde ideas como las de Moscovici o desde otros marcos teóricos? ¿Qué es un representación cultural?
Yo prefiero no hablar de “representaciones”, ya que se trata de un término demasiado cargado en nuestra tradición filosófica. Por eso me refiero a todo un conjunto de metáforas, imágenes, ideas y nociones que pasan a impregnar el sentido común y a configurar nuevas narraciones cosmológicas, que contaminan y alteran nuestras definiciones de vida, muerte, naturaleza y ser humano.
¿Es posible que, ante la caída de los grandes relatos totalizadores la Medicina, como hija putativa de la ciencia, se haya visto en la obligación de tomar el relevo de aquellos medicalizando cada vez más áreas de la vida?
Sí, creo que esa es una explicación posible de lo que está sucediendo hoy en día. Al disgregarse aquellas grandes narraciones cosmológicas, todos aquellos grandes relatos, sueños y utopías que organizaban la vida individual y colectiva durante la Modernidad y que en los últimos años han perdido fuerza y quedaron desacreditados, esa tarea terminó reposando casi exclusivamente en manos de la tecnociencia. En ese cuadro, la medicina pasó a desempeñar un papel fundamental, ya que la salud y el cuidado del cuerpo se han convertido en valores supremos... quizás los únicos valores universales aún vigentes en nuestra sociedad (junto con la preeminencia del mercado como institución omnipresente, y el dinero como principal organizador de la vida y fuente de sentido universal).
¿Cuál es tu visión de la Medicina en la época actual?
Creo que es un cuadro muy complejo, donde no caben los reduccionismos y las respuestas demasiado simples. Observada desde el punto de vista antropológico, la medicina occidental contemporánea engloba una gran diversidad de prácticas, creencias y rituales. Sin embargo, podríamos decir que hay una fuerte tendencia en crecimiento y en vías de tornarse hegemónica, que tiende a considerar la cura de enfermedades como una tarea de corrección de “fallas” puntuales, disfunciones inscriptas como “errores” en los códigos genéticos de los organismos humanos (o en sus circuitos neurológicos). Pero la meta primordial de este tipo de medicina no es la cura de enfermedades, sino la prevención de riesgos, tendencias y propensiones. Paradójicamente, para realizar esa meta, antes ese tipo de saber hegemónico debe redefinir a todos los seres humanos como “virtualmente enfermos”. En esa condición, los sujetos se ven condenados a ser eternos consumidores de servicios médicos; por tal motivo, deben abonar una cuota mensual a las empresas de salud, más allá de que sufran o no una patología de hecho. Ese impulso privatizante (en contraste con el perfil público que envolvía a las políticas de salud en la Modernidad) y patologizante se percibe fácilmente en las tendencias contemporáneas de cierta medicina en auge.
¿La idea de Foucault de cuerpos disciplinados o la Medicina como agente de control social está aún vigente?
Yo creo que muchas de las ideas de Foucault son de enorme importancia para comprender lo que está ocurriendo en nuestro presente, quizás más aún que para entender lo que sucedía algunas décadas atrás. Un buen ejemplo es el concepto de “biopoder”, que yo retomo en mi libro: un tipo de poder que apunta directamente a la administración de la vida, y que hoy se ha sofisticado hasta alcanzar el nivel molecular para alterar sus características con fines utilitarios. Pero Foucault murió en 1984, y a lo largo de varios años se dedicó a analizar los mecanismos disciplinarios y las biopolíticas que articularon a las sociedades industriales, detectando varias semejanzas y muchas diferencias importantes con respecto a las sociedades premodernas. Aunque él mismo llegó a constatar una crisis de ese modelo industrial y moderno, su intención no era examinar los cambios más recientes, muchos de los cuales fueron posteriores a su fallecimiento.
Quien hizo eso fue Gilles Deleuze en su “Posdata sobre las sociedades de control”, un ensayo tan breve como fértil, redactado poco antes de su propia muerte: en 1990. Deleuze retoma y actualiza las herramientas teóricas legadas por su colega Foucault, y constata que en los últimos años se fue adensando la trama de las redes de poder. Como resultado, hoy vislumbramos una intensificación y una sofisticación de los dispositivos desarrollados en las sociedades industriales. Pulverizadas en redes flexibles y fluctuantes, las relaciones de poder contemporáneas están irrigadas constantemente por las innovaciones tecnocientíficas, y tienden a envolver todo el cuerpo social sin dejar nada fuera de control. El rol de la medicina en este nuevo contexto es fundamental. Para comprobarlo, basta observar las fáusticas ambiciones de la biología molecular y la ingeniería genética, que pretenden reprogramar las instrucciones presentes en los códigos que animan los organismos y crear vida.
Con respecto a los sujetos disciplinados, aquellos cuerpos “dóciles y útiles” analizados por Foucault, yo creo que también están en plena mutación. Pareciera que las actuales condiciones socio-políticas, económicas y culturales han vuelto “obsoleto” a este tipo de hombre, fruto de una cierta definición de lo que es el ser humano (una definición históricamente datada). En este nuevo contexto que estamos viviendo hoy en día, los tipos de cuerpos y subjetividades que servían a los intereses del capitalismo industrial del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, hoy estarían volviéndose “obsoletos” porque han dejado de ser “útiles” a los intereses del capitalismo contemporáneo.
Aquel régimen histórico demandaba grandes contingentes de sujetos disciplinados, especialmente entrenados para saciar los voraces mecanismos de la sociedad industrial con su capacidad productiva, y subjetividades compatibles con toda aquella maquinaria (como bien ilustraba el personaje de Charles Chaplin en la película Tiempos Modernos, aquel cuerpo que adquiría gestos mecanizados y era literalmente compatible con los engranajes de las fábricas). Pero esta nueva torsión del capitalismo anclado en el consumo parece solicitar otras subjetividades y otros tipos de cuerpos: sujetos ávidos, ansiosos, creativos, flexibles. Sin embargo, estas nuevas configuraciones corporales parecen ser igualmente “dóciles y útiles”, aunque respondan a otros intereses históricos.
¿El Modelo Médico Hegemónico propuesto por Eduardo Menéndez forma parte de tus supuestos básicos?
No es un autor cuya obra yo retome explícitamente en este libro, pero sí creo que estamos indagando cuestiones semejantes y partimos de varias constataciones en común.
¿Qué razones encontrás para creer que un diálogo entre Médicos y Antropólogos es posible y enriquecedor para ambos?
Yo creo que un diálogo de ese tipo puede ser sumamente enriquecedor para ambos lados, y considero que es perfectamente posible. Un buen ejemplo es esta entrevista, ¿no? Mi libro también intenta caminar por ese sendero. La propuesta es suscitar nuevos interrogantes, que ambos podamos cuestionar nuestras verdades más petrificadas por el uso habitual, que generalmente es acrítico y reacio al pensamiento. De esa forma, quizás podamos abrir el campo de lo posible: engendrando nuevas preguntas.
¿Cuáles son los obstáculos que impiden que ello suceda?
Yo creo que todo enfrentamiento con lo desconocido es un verdadero desafío, que sin duda vale la pena afrontar. Porque nos sentimos a gusto entre las verdades del sentido común, aquello que todo el mundo admite como siendo “la verdad”. Como nos sentimos cómodos en un mundo estable, donde todo ya ha sido pensado y no hay novedades perturbadoras o preguntas sin respuestas (pero que solicitan la acción del pensamiento), una desestabilización de ese tipo causa incomodidad y sufrimiento. En cierto sentido, es más fácil no pensar, es más cómodo evitar esos embates y mantenerse en el orden tranquilizador de lo que ya ha sido pensado. Sin embargo, yo creo que rasgar ese velo y dejar que irrumpa el caos de lo impensado es una tarea urgente, que corresponde tanto al arte como a las ciencias y a la filosofía. En vez de disfrutar de la seguridad que ofrecen las certezas absolutas, el desafío consiste en enfrentar el abismo de lo desconocido y luchar contra las verdades anquilosadas para cuestionarlas y crear nuevos mundos.
¿Por qué un médico encontraría interés en la lectura de tu libro, de qué modo estimularías a nuestros lectores del campo de la salud para encarar esa apasionante lectura?
Por lo mismo que decía recién: para ver las cosas desde otro punto de vista, observar desde otro ángulo sus conceptos y prácticas más cotidianas y naturalizadas. Si se logra esa extrañeza capaz de promover los cuestionamientos, un desconcierto que lleve a preguntarse sobre el sentido de lo que hacemos y lo que somos, entonces la meta ha sido alcanzada: el diálogo se ha establecido y probablemente será fecundo.
Referencias:
"El hombre postorgánico", cuerpo subjetividad y tecnologías digitales. Paula Sibilia.
http://www.fce.com.ar/fsmostrar.asp?IDL=5678
http://www.fce.com.ar/fsfondo.htm

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