15/10/12

Cuando uno comparte el dolor, el dolor es menos dolor, y la alegría compartida es más alegría: Carlitos Paez Rodríguez

"Lo más atractivo era morir. Lo más difícil era vivir": Por JUAN MANUEL GARI
Horas después de recibir en su casa a la cadena de televisión árabe Al Jazeera y a CNN Chile, Carlitos Páez, uno de los 16 sobrevivientes de los Andes, habló con EL PAÍS digital sobre la tragedia. Es uno de los personajes que ha cobrado más relevancia pública en los cuarenta años desde que cayó el avión Fairchild y se dedica a dar charlas motivacionales, que promociona a través de su web www.carlitospaez.com.

¿Se te siguen presentando en el día a día esos recuerdos de momentos o cosas concretas?: CP: Cuarenta años después son recuerdos bastante lejanos. Cuando doy una conferencia revivo algunos momentos. Pero cuarenta años es un buen tiempo para procesar una historia. Me emociono muchas veces cuando estoy dando una conferencia, pero no tengo un recuerdo permanente sobre lo que yo viví en los Andes. Alguna situación si me hace recordarlo. De repente un momento de sol, un momento de frío. Yo el frío lo tengo vinculado con el miedo, a mí el frío me da miedo. Me deprime un poco cuando empieza el invierno. Evidentemente es un vínculo con aquella situación.

¿Son momentos fugaces o son recuerdos que te cuesta dejar para seguir con lo que estás haciendo?: CP: No, es fugaz. Pero de la misma manera que yo siempre recuerdo cuando Roy Harley en los Andes abrió su valija y sintió el olor de su casa. Porque cada casa tiene un olor particular. De la misma manera hay cosas que me hacen acordar a la cordillera.

¿Cómo han ido evolucionando con los años los recuerdos? Supongo que en los primeros días y años eran algo más intenso. CP: Las heridas se van curando y uno va procesando. Yo, porque hablo de los Andes permanentemente, porque la gente quiere saber, dos o tres veces en el día sale el tema de los Andes por alguna razón. Pero es un recuerdo bastante lejano.

¿Por qué crees que viviste una etapa en tu vida en la que te involucraste con las drogas y el alcohol? Yo supondría que tiene que ver con la experiencia de los Andes, pero, ¿vos creés que fue así?. CP: CP: Yo creo que mi etapa de alcohol y de drogas no tiene que ver directamente con la cordillera. Creo que si no hubiera vivido la cordillera igual hubiera tenido ese vínculo. Mi primer contacto con el alcohol fue a los cuatro años, mi padre coleccionaba botellitas de vermouth y de whisky chiquititas y un día con un amigo mío destapamos las botellitas y nos agarramos una borrachera brutal. Yo soy adicto de nacimiento. La cordillera me ayudó… La cordillera es una especie de pasaporte que encuentra justificaciones para cualquier cosa. Es como un pasaporte que te permite hacer cosas y que te perdonen por las cosas que vos hacés.

O sea que vos creés que tuvo que ver más con tu forma de ser que con el accidente. CP: Tiene que ver más con mi forma de ser. Lo que pudo ser la cordillera fue un acelerador, un tobogán, que me precipitó más a ese camino.

¿Cómo lo superaste?: CP: A superar todas esas historias me ayudó un grupo de Narcóticos Anónimos. Otra vez el grupo. Tanto en los Andes, como cuando dejé las drogas, aprendí que cuando uno comparte el dolor, el dolor es menos dolor, y la alegría compartida es más alegría. Eso lo aprendí en los Andes y lo ratifiqué después cuando me junté con esos grupos de ayuda, Narcóticos Anónimos y Alcohólicos Anónimos.

¿Cómo viviste el hecho de haber sido el más chico del grupo de sobrevivientes? ¿Te trataban de una forma diferente? ¿Vos sentías que tenías que hacer algo distinto?. CP: Mis cuatro amigos tenían un año y medio más que yo. Yo era más cachorro, evidentemente, me querían proteger. Pero a su vez, el hecho de ser el más joven te obliga a madurar más. A arrimarte más a los de arriba. Eso me potenció. Primero me protegieron pero después me di cuenta que yo empezaba a valer por mí mismo.

Sin embargo, vos has dicho que también "inmaduraste" en algunos sentidos. CP: Cuando te volvés famoso… Que nos volvimos famosos no por nuestros méritos sino por las circunstancias. Yo era un malcriado y un consentido desde antes, y eso te potencia el poder seguir siendo un malcriado. La cordillera es una experiencia que… El mundo entero te malcría. A dónde vas el presidente te quiere conocer. Las puertas se te abren. Yo, por ejemplo, soy un experto en no pagar ni una multa de tránsito porque les digo que estuve en la cordillera y te la perdonan. Uso la historia para esas cosas chicas. Te permite muchas cosas la historia. En ese sentido te vuelve más consentido, más niño. Pero te das cuenta que sos un tipo que podés servir para algo. Yo era un tipo que creía que no servía para nada. Te soy honesto. Yo era el malcriado, el consentido, el caprichoso. Desayuno en la cama, tenía niñera, esa era mi vida. Fijate el personaje que era yo.

Pero además de que fueras un consentido, ¿vos mismo pensabas que no servías para nada en ese momento?. CP: Yo estaba convencido que no servía para nada. Si de algo me sirvió la cordillera fue darme cuenta que podía ser un tipo útil. Cuando me tocó sacar la nieve de adentro del avión, por ejemplo. Ahí me di cuenta de que yo podía aportar algo. Hasta ese momento era totalmente un inútil.

¿Cómo fue tu cumpleaños debajo de la nieve? ¿Eras consciente de que era tu cumpleaños?. CP:
Fue bastante particular. Cumplí 19 años debajo de la nieve sepultado por una avalancha. Es una escena de la película, la de tres cumpleaños consecutivos debajo de la nieve. Fue duro, sobre todo por no estar con la familia, que era por lo que nosotros peleábamos. Yo no peleaba por Hollywood, ni por libros. Fijate que hay 18 libros escritos, tres películas, nueve documentales. Pero yo no peleaba por esas cosas. Yo peleaba por volver a casa con mi mamá, con mi papá y con mi perro. Esa era nuestra lucha.

¿Qué aportaste vos durante los 72 días? ¿Cumpliste algún rol específico?. CP: Cumplí varios roles en cuanto a trabajo. Hice un bolso de dormir, me encargaba de tapiar el avión, me tocó sacar la nieve de adentro del fuselaje. Pero creo que el rol que me caracterizó fue el rol de la buena onda. Yo le ponía mucho optimismo a la cosa. Era como el personaje de “La vida es bella” (se refiere a Roberto Benigni), que está en un campo de concentración y ve la situación casi inconscientemente con optimismo. Es más, creo que la única foto que hay de alguien sin camisa es una foto mía. Yo decía que tenía que llegar quemado a Punta del Este. Era por un lado frivola la escena, pero también era de esperanza. Una imagen de que iba a llegar a Punta del Este.

Roberto Canessa en una entrevista dice que uno de ustedes, que tenía las dos piernas rotas, les envidiaba poder caminar. Y ahí se dio cuenta que tenía que encarar la cordillera para buscar una salida. ¿En algún momento sentiste algo parecido? Comparando tu situación con la de alguno que estuviera peor. CP: Yo le rindo un homenaje permanente a (Fernando) Parrado y Canessa porque había que tener cojones para ir. Me iba a llegar el momento si no llegaban Parrado y Canessa, porque yo me había comprometido a salir. Pero no tenía ningunas ganas. Fue un acto realmente heroico.

Y vos… : CP: Yo la verdad que me desarmé. Había hecho una expedición, me puse a llorar porque no podía… Es un mérito que tienen ellos.

¿Ibas a salir después de ellos?. CP:  Sí, si pasaban unos días más. Yo había algo que tenía claro y era que no me iba a morir en el fuselaje. Me preocupó una vez que me afeité, justo un día antes de que llegaran Parrado y Canessa, porque dije, "Si me encuentran acá van a creer que me morí en el accidente. Y yo en realidad viví todo este tiempo". Por si me veían sin barba, fue por lo único que me preocupé. Yo quería que estuviera marcado que había vivido. Es más, había escrito unas cartas días después del accidente.

Te dijeron, cuando alguien se enteró que habían suspendido la búsqueda, que tenían una buena noticia para darte. ¿Una buena noticia?. CP:  Ese es el momento en que me protegían los mayores. Gustavo Nicolich, que era mi amigo, mayor que yo, de pronto entró y se dirigió a mí. Quizás porque era el más chico. Me dice, "Carlitos, tengo una buena noticia para darte". "¿Qué pasó, Coco?", le digo. "Acabo de escuchar una radio chilena y dicen que suspendieron la búsqueda nuestra y van a venir a buscar los restos en febrero cuando vengan los deshielos". Y yo le digo, "¡¿Cómo buena noticia, hijo de puta?!". Lo quería matar. Imaginate, al chico malcriado, consentido, caprichoso, le dicen como buena noticia que no lo buscan más. Entonces me agarró del cuello y me dijo, "Carlitos, ¿sabés por qué es buena noticia? Porque ahora dependemos de nosotros y no de los de afuera". Y tiene una gran razón. Ese día cambió nuestra historia. Yo escribí un libro, "Después del día diez", porque me parecía que tenía que quedar muy bien marcado el día diez. Porque fue el día que dejamos de sobrevivir y empezamos a vivir. A las empresas les encanta esta parte: es dejar de esperar que venga la ayuda del exterior para buscar la ayuda propia.

¿Asimilaste enseguida la noticia?:  No. No. Fue un golpe durísimo. Es una de las noticias que pocas personas han padecido en la vida que es la sensación de no existir más. Es horrible. Yo creo que fue un garrotazo enorme a la arrogancia. Todo el ser humano cree que cuando le pasa algo, el mundo se detiene. Y el mundo no se detiene. Mi libro se iba a llamar "Gira, gira", porque el mundo seguía girando. Eso me daba una rabia… Escuchar que en Montevideo se festejaba el día de la playa, o que se jugaba al fútbol, y uno ahí perdido. Pero fue un gran aprendizaje. Saber que la historia iba por uno, no por los de afuera.

¿Cómo se entretenían?. CP: No nos entreteníamos. Teníamos una lista larga de los restoranes de Montevideo y decíamos los platos que tenían. Era una especie de masoquismo diario. Era comer con la mente.

Con respecto a eso, el tema de la falta de oxígeno, ¿cómo les afectó la mente? Sumado a todo lo que estaban viviendo. CP: Ah, estábamos mal. Me doy cuenta ahora. En el momento no lo valorábamos, pero me tocó dar una conferencia en La Paz, a 4.200 metros de altura y en la mitad de la conferencia tuve que ir a darme cinco minutos de oxígeno porque no me venían ideas. La falta de oxígeno hace que la mente no funcione. Ningún libro habla de la altura y, sin embargo, la padecimos. De hecho, estuvimos ahí una vez con la gente de Discovery Channel y a la productora la tuvimos que bajar. Estábamos muy lentos. Nuestro razonamiento… Por ejemplo, nunca pensamos que esta historia iba a tener trascendencia. Yo pensé que íbamos a llegar a Chile e íbamos a llamar a casa por teléfono. Absurdo, pero era como pensábamos.

Lo que más resonancia tuvo fue que hubieran llegado a alimentarse con los cuerpos de quienes no sobrevivieron. ¿Alguna vez pensaste o se te pasa por la cabeza lo que fue eso? Lo digo más allá de cómo un medio de supervivencia, en su interpretación más literal. CP: Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer. No da para razonarlo mucho más. Ayudó mucho el hecho de ser católicos. Saber que hay una separación del alma y el cuerpo. Y que el cuerpo que queda es materia. De algo que me arrepiento es de haber tomado la decisión tan tarde. Si me pasara ahora, tomo la decisión mucho más rápido. Porque tampoco fue el gran tema de la historia. Fue muy publicitada por ese tema. Pero hablar de ese tema fue lo que posibilitó hablar de otros grandes temas como el trabajo en equipo, la toma de decisiones, la tolerancia a la frustración. Es una historia ejemplar de trabajo en equipo. El libro nuestro es obligatorio en varias universidades norteamericanas. A mí no me contrata Cartier, o JP Morgan, o Meryll Lynch, o las grandes empresas para hablar de alimentación. Me contratan para hablar de esos temas. De la adaptación al cambio, de encontrar recursos desconocidos.

¿Pasó por tu cabeza rendirte?. CP: Lo más atractivo era morir. Lo más difícil era vivir. El gran mérito en nuestra historia fue haberle dicho siempre que sí al no. Lo permanente en nuestra historia fue siempre el no. Y nosotros le dijimos que sí. Todo el tiempo fue el no: el accidente, la noticia de que no te buscan más, la decisión de alimentarte de tus compañeros muertos, la avalancha, después de la avalancha encontrar la cola y no poder hacer funcionar la radio. Fue una lucha totalmente nuestra. No me gusta comparar historias, pero la prensa de todo el mundo se empecinó en comparar nuestra historia con la de los mineros de Chile. Algún punto en común tienen, porque las dos historias fueron en Chile, duraron 70 días, ellos aparecieron el 13 de octubre, que fue el día que nosotros nos caímos. Pero la gran diferencia fue que en el día 14 el mundo se enteró que estaban vivos. Nosotros en el día diez nos enteramos que el mundo entero nos había abandonado. Nosotros fuimos los protagonistas de la historia, ellos, pobres, no podían hacer otra cosa que esperar que los rescataran.

¿Cómo era antes del accidente la relación con tu padre?:  CP: No es fácil ser hijo de un famoso. Siempre sos el "hijo de". Es complicado. Pero después, con el tiempo y mucha terapia, sé que voy por un carril y él va por otro. Ser el hijo de Páez Vilaró te abría muchas puertas. Pero ahora entendí que soy Carlitos Páez y funciono independiente. Pero lo padecí.

O sea que pasaste de la facilidad de ser "el hijo de", a la de ser un sobreviviente de la cordillera. CP: Sí, pero después me di cuenta que el camino es algo tuyo. Cuando dejé las drogas, dejé el alcohol, empecé un camino de recuperación maravilloso, doloroso, pero me di cuenta que el camino lo tiene que hacer uno mismo.

¿Cambió en algo la relación cuando te enteraste todo lo que hizo tu padre para encontrarte? CP:
Papá, por como es él, hizo lo que tenía que hacer. Yo no le podría pedir a un abogado que tiene un estudio, o a un empleado, que se dedicara a la búsqueda. Pero papá, que siempre se movió con el arte, también vivió su propia aventura, de alguna manera. Y yo no sé si él buscaba gente viva. Yo creo que buscaba una causa. Mi madre y mi abuela, la madre de mi madre, ellas no tenían ninguna duda de que yo estaba vivo. Mi madre lo impulsó mucho a mi padre a que nos buscara. Esa es la realidad. Pasa que después la prensa… El inconsciente colectivo te dice, "Ustedes se salvaron gracias a tu padre". Y la verdad que papá, pobre, buscó, buscó, pero nunca nos encontró. A mí sí me cambió la experiencia. Al principio no, pero con el tiempo sí. Es una historia que yo referencio siempre en mi vida. No me puedo quejar porque estoy con apagón, no me puedo quejar porque pinché la rueda del auto, no puedo porque miro para atrás y la historia misma no me lo permite.

¿Te aferraste a algo en especial? CP: Me aferré mucho al rezo. Al rezo y al buen humor.

¿Qué papel jugó para vos Dios?: CP:
Dios no nos sacó de ahí. Pero sí nos dio las herramientas. Nos ayudó a saber cómo sobrevivir.

Y hoy, ¿qué relación tenés con Dios?: CP: Y… Yo tengo una diferencia con vos, y es que yo sé dónde está Dios. Tengo que volver a encontrarlo. Yo lo vi. Y Dios no es lo que te enseñan en la escuela. No es lo mismo el Dios que se aprende que el Dios que se siente. Dios estaba ahí.

¿Hoy seguís rezando?: CP: Sí, rezo. Cuando las papas queman.

¿Pero crees que es necesario vivir una experiencia como la que viviste vos para encontrar a Dios?: CP: Lo mejor sería que no… Pero, por ejemplo, durante un viaje una vez estaba con un sacerdote y me arrimé a él después de una misa y le dije: "Padre, ¿no cree que para encontrar a Dios puede ser mejor un mal copiloto que un buen sacerdote?". Por suerte se río. Los obispos que estaban atrás me querían matar. A veces Dios aparece en caminos insospechados. Hay que tener el corazón abierto.

¿En algún momento sentiste culpa por haber sobrevivido? ¿O sentiste orgullo por haberlo logrado?: CP: No, no sentí culpa ni orgullo. En algún momento pensaba sí, "se murieron los mejores". Pero con el tiempo lo procesé, y no. ¿Por qué? Yo sobreviví y ¿por qué voy a ser peor por eso?

¿Cuándo viste que lo que te pasó, contarlo, podía servirte como un medio de vida?: CP: Creo que no hubo un momento en que me diera cuenta. Se fue dando. Me lo pidieron. Y además, no se trata de que esté yo arriba diciéndole a los que me escuchan "¡Tú puedes!". Es la historia la que lo dice.

¿Y qué opinión te merece la gente que ve mal que se dediquen a lucrar, como se dice por ahí, contando lo que les pasó?: CP: Y la verdad que me parece algo bastante de mediocre. Y de uruguayo. Esa envidia… Pero lo entiendo, porque conozco al Uruguay.
Hay algunos que han tenido una vida mucho más visible, con relación a la tragedia, y otros que lo han vivido como algo más personal, más ensimismados. ¿Crees que alguno de los que suelen hablar de lo que les pasó maquillan la historia, se adjudican roles que no tuvieron en la cordillera o agregan detalles que no existieron para darle más fuerza? Que ya de por sí la tiene de sobra…
No creo que nadie invente nada. Pero te cuento una anécdota. Durante un viaje en avión me leí todo el libro de Parrado ("Milagro en los Andes") y cuando llegué al destino le escribí un mail. Le escribí: "Gracias Nando por hacerme ver que al lado mío se estaba viviendo una historia diferente a la que viví yo". Es que es así. Cada uno vivió la cordillera a su manera. Cada uno tiene su historia.

¿Ha habido roces en el grupo de los sobrevivientes por cómo cada uno cuenta la historia?: CP: Tensiones hubo y hay. Pero igual se mantiene un buen grupo. Es como te decía, cada uno vivió la historia de un modo distinto. Si viene alguien y me dice que lo que yo cuento no es como pasó, y bueno. Conseguite una empresa que te pida que cuentes la historia y contá tu versión.

¿Cómo han ido cambiando los viajes que hacen a Chile cada dos años en estos cuarenta años?: CP: Y, estamos más viejos. Yo voy con mi nieta Justina, que digo que también es una sobreviviente de los Andes. Para mí Justina es el símbolo de lo que pasó en los Andes. El viaje que hacemos es un homenaje a la vida.

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