31/5/20

El contacto con los alumnos en el aula es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza, e incluso a la propia vida del docente y del alumno. Prof.Nuccio Ordine


Me inspiran terror los elogios que es están propagando en estas semanas, los defensores de la enseñanza virtual, de la enseñanza telemática.
No hablo por supuesto de esta situación transitoria de emergencia donde es necesario adaptarse a lo virtual para salvar el curso, me preocupan quienes consideran al coronavirus como una oportunidad para dar el tan esperado "salto para adelante", afirmando que ya no volveremos a la educación tradicional, porque a lo sumo debemos imaginar una "didáctica híbrida", con algunas clases en las aulas y otras a distancia y mientras el entusiasmo de los partidarios de la "didáctica del futuro", se expande como una ola, yo siento la incomodidad de quién vive en un mundo en el que ya no se reconoce.
En medio de tantas incertidumbres yo he madurado una certeza, el contacto con los alumnos en el aula es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza, e incluso a la propia vida del docente y del alumno.
En 30 años de servicio nunca había imaginado clases, ni exámenes ni graduaciones a través de una fría pantalla, por eso me da una pena terrible el riesgo de que en otoño haya que reanudar  los cursos utilizando nuevamente "la didáctica digital".
Como podré arreglarmelas sin los ritos que le han dado vida, sentido y alegría a mi vida de docente desde hace decenios.
Como podré leer un texto clásico sin mirar a los ojos a mis estudiantes, sin reconocer en sus rostros los gestos de aprobación o complicidad. Las escuelas y las universidades sin la presencia de alumnos y profesores se volverìan espacios vacíos privados del "soplo vital".

Los estudiantes no son recipientes para ser llenados con nociones, son seres humanos que necesitan al igual que los profesores dialogar, interactuar y reconocerse en la experiencia vital de estar juntos para aprender.
A los jóvenes ya no se les pide que estudien para mejorar, para hacer del conocimiento un instrumento de libertad, de crítica de compromiso civil, no a los jóvenes se les pide que estudien para aprender un oficio y para ganar dinero.
Se ha perdido la idea de la escuela y la universidad como una comunidad donde se forman los futuros ciudadanos que podrán ejercer su profesión con una fuerte convicción ética y un profundo sentido de la solidaridad humana y del bien común.
En estos meses de confinamiento estamos dándonos cuenta como nunca de que las relaciones humanas (no las virtuales), sino las reales están transformándose en un artículo de lujo.
Lo profetizó Antoine de Sain Exupery cuando dijo que no existe más que verdadero lujo... "el de las relaciones humanas". Estamos olvidàndonos que sin la vida comunitaria, sin los rituales que regulan los encuentros entre profesores y alumnos  en las aulas, no puede haber ni transmisión de saber ni una formación auténtica.
Ninguna plataforma digital puede cambiar la vida de un estudiante, sin que solo los buenos profesores pueden hacerlo.

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