Dr. Daniel Flichtentrei - IntraMed |
No nos damos cuenta. Sin que podamos advertirlo, la vida nos empobrece la perspectiva del mundo, nos encierra en una celda minúscula repleta de trivialidad y de mediocre acostumbramiento. Pero una mañana lees en el diario que un grupo de jóvenes científicos descubren las huellas gravitacionales del Big Bang en el cielo del Polo Sur. Entonces, reclinás la cabeza sobre el respaldo, respirás profundo, por la espalda te corre una gota fría y eléctrica. El cuerpo estremecido te obliga a sentir la inmensidad de las cosas, la infinita pequeñez de lo que somos. Huele a café y a tostadas. La mañana se despereza detrás de las ventanas. Mirás a la gente que te rodea, encendés la tele, la radio, abrís tu correo electrónico, Twitter; pero nada. Te parece que sos la única persona a quien ese descubrimiento le ha puesto la piel de gallina, le ha ajustado un nudo en la garganta. Tu perro te mira con ojos de luna llena, sabe que algo serio te está pasando. Le acariciás el lomo y salís a la calle. Durante el día aprovechás cada pausa para leer y leer. Querés comprender algo que te supera. Investigás, buscás información que baje al nivel de tu ignorancia el fundamento de lo que ha ocurrido. Trabajás como siempre, como si nada trascendente estuviera sucediendo. Buscás en la expresión de la gente con la que compartís tu vida alguna señal, un gesto de asombro, un guiño de complicidad. Pero nada, nada. En la portada del diario, debajo –y mucho más pequeño- del drama de Boca que no encuentra el equipo, de la cotización del dólar y de la huelga de maestros, un pequeño recuadro dice: “Detectan los ecos del origen del universo”. Al mediodía ves un video en Youtube. Un discípulo con ojos orientales llamado Chao-Lin Kuo golpea la puerta de la casa de su maestro. Su esposa y él abren. Son dos personas mayores sorprendidas en su intimidad. No esperaban a nadie. Él estira la mano para peinarse con los dedos. Tiene el cabello encanecido y los ojos vidriosos. Viste un buzo de diez dólares sobre una camiseta blanca. El muchacho habla. Extiende el puño cerrado para darle a lo que dice la contundencia de los hechos. Ellos lo escuchan con la boca abierta, dudan, incrédulos. La mujer se adelanta, abraza al joven. Una mujer siempre encuentra antes que un hombre la forma de expresar una emoción. El profesor tiene un momento de perplejidad que casi lo derrumba. Su cuerpo vacila, se sostiene. Es un instante minúsculo. Algo apenas perceptible. El golpe feroz de un dato que confirma una idea y casi voltea al hombre que la pensó: r: 0.2 + 0.05 Pide que se lo repita, varias veces: r: 0.2 + 0.05 Sin alfombras rojas, sin fuegos artificiales, sin vestidos de lujo, ni estrellitas de TV. Brindan con champagneen copas compradas en una oferta del supermercado, celebran el descubrimiento. El profesor confiesa que estaba enamorado de una idea bella, pero dudaba, esperaba su confirmación. Ese puñado de gente sencilla nos muestra que el universo pasó por una expansión brutal, muy rápida, al inicio de su existencia. Una billonésima, de una billonésima, de una billonésima, de una billonésima, de una millonésima parte de un segundo. 0,00000000000000000000000000000000001 segundos después del Big Bang. Que el universo surgió desde el vacío (cuántico) y que ese fenómeno dejó huellas en una radiación que nos llega hoy en forma de microondas gravitacionales de un proceso de inflación cósmica que comenzó hace catorce mil millones de años. Lo que han logrado registrar el la pistola todavía humeante después del disparo original. Eso, solo eso. Nada más. Tengo la sensación de que algo así no ha conmovido a nadie. O a unos pocos, a muchos menos de lo que me hubiera gustado. De que todo sigue su curso sin verse afectado por los hechos. Como la tarde en que encontré a mi viejo muerto sobre el piso del living. Afuera pasaban los autos, rugía el motor del camión de la basura, unos chicos gritaban un gol en la vereda, llegaba el olor a fritura de milanesas desde la casa del vecino, en la tele una mujer con acento rumano daba el pronóstico del tiempo. Como si no hubiera ocurrido nada. Nada. La ciencia es el punto más alto del pensamiento de la humanidad. Es un ejercicio de la razón y la humildad. Un trabajo paciente y austero –aunque cueste millones- que sabe esperar lo que sea necesario para que una hipótesis encuentre su confirmación. Mientras tanto habla con prudencia, advierte acerca de la fragilidad de lo que dice, busca evidencias que lo demuestren. Alejada de la conjetura arrogante que todavía sostiene a disciplinas enteras, de la seguridad falsa del que cree que lo que afirma no necesita pruebas, de las verdades rebeladas y de la certeza de los charlatanes. La ciencia espera, trabaja, observa, experimenta. Avanza sobre el camino que otros, antes, mucho antes, han desplegado a sus pies. Un eslabón, después otro, una mano tendida a otras que señalan un rumbo, una posibilidad. La ciencia es una empresa colaborativa por excelencia. Científicos como Alan Guth lideran equipos complejos de múltiples especialidades que convergen en un objetivo común. El saber circula ignorando las artificiales fronteras de las disciplinas. Los autores de lo que hoy ha sido posible confirmar son muchos y se remontan a la antigüedad. Los nombres más cercanos en el tiempo son: Einstein, Hawking, Arno Penzias, Robert Wilson, Paul J. Steinhardt, John M. Kovac. Pero la lista llega a Galileo, Copérnico, Kepler, Giordano Bruno, Newton. Porque cada uno se sube a hombros de sus antecesores para alcanzar con la mirada un horizonte un poco más lejano cada vez. El Laboratorio Dark Sector, a un kilómetro del polo sur, aloja el telescopio BICEP2 (izquierda) responsable de la detección del eco del Big Bang en forma de ondas gravitacionales / Steffen Richter, Harvard University No sé muy bien cómo hemos llegado hasta acá. Pero si somos insensibles a la exquisita belleza del cosmos tanto como a la imponente obra de construcción del conocimiento humano, es que llegamos al lugar equivocado. Si nos excitan más el erotismo idiota de la tecnología lúdica, o la intimidad de las vidas huecas del star system, o nuestros intelectuales dedican su ironía tonta a comentar programitas de TV, mientras permanecemos ajenos a lo valioso y a lo trascendente, entonces, estamos mal, muy mal. Si no hemos sido capaces de organizar una sociedad que valore el saber riguroso por sobre la interpretación exasperada y la conjetura imprudente, entonces, es posible, que la banalidad nos vaya ganando la batalla. En cada mesa familiar, en cada escuela, en cada reunión de amigos, alguien debería contar con pasión y con alegría lo que acaba de ocurrir. Tenemos el deber de sembrar en nuestros hijos la semilla del saber auténtico y desarmar el círculo perverso de la estupidez como medida del éxito. Pegarle un cross en la mandíbula al individualismo exhibicionista de selfies y opinadores profesionales. Es la austera felicidad del profesor Andrei Linde recién levantado de la cama la imagen que debería ocupar las portadas de los diarios, de los noticieros y las revistas. El resto es silencio. O el ensordecedor estruendo de la trivialidad golpeando de lleno en la nuca de millones de cabezas vacías. Tiene que ser ahora, no podemos esperar más. Tenemos que educar la sensibilidad de nuestros hijos para que sean capaces de percibir la arrebatadora belleza de la ciencia. Tenemos que protegerlos de la inmensa estupidez del mundo que se derrama sobre nosotros como una leche tibia, desnutrida y envenenada. 1) LA CIENCIA NO ES PERFECTA Y CON FRECUENCIA SE UTILIZA MAL, PERO ES LA MEJOR HERRAMIENTA QUE TENEMOS - Carl Sagan http://drgeorgeyr.blogspot.com/2012/09/la-ciencia-no-es-perfecta-y-con_22.HTML 2) La delicadeza de Darwin: Eduard Punset http://www.eduardpunset.es/1060/general/la-delicadeza-de-Darwin 3) ¿Donde comienza la vida? http://drgeorgeyr.blogspot.com/2009/04/donde-comienza-la-vida-la-armonia-del.html |
23/3/14
La arrebatadora belleza de la ciencia y la estupidez del mundo - Dr.Daniel Flichtentrei INTRAMED
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