

Esa es la trampa, la ignorancia tiene un costo incalculable –que no es solo económico sino también social– y es cómodo –o ingenuo…o sospechoso– creer que no lo tiene.
La ignorancia supone la ausencia, carencia o invalidez de conocimientos en un sentido absoluto o en un sentido concreto. El término hace alusión no solo al sentido cognitivo sino también al sentido social. La ignorancia supone la manipulación y la esclavización, la opresión y la explotación, la alienación y la superstición, el fanatismo y el dogmatismo del el sujeto o grupo social con la condición de ignorantes. De aquí que se afirme que el conocimiento da poder –el poder de elegir su propio destino– y hace libre al hombre –libre de las aberraciones ya mencionadas–.

Implica la animalidad del hombre por sobre su humanización, el triunfo del instinto por sobre la razón.
La ignorancia amarra y constriñe al hombre a un estado de barbarie, de adormecimiento o de caos, lejos de la superación a mejores niveles de conciencia y del alcance del estado de plenitud y realización al que está llamado como ser humano.
La ignorancia conlleva necesariamente la implantación de sistemas perversos, de sociedades y estados fallidos, de degradación social, anomia y la deshumanización del hombre. Igualmente implica el freno y rezago para el desarrollo económico, el progreso social, el florecimiento cultural, la producción intelectual, el avance de las ciencias y el crecimiento espiritual. Una sociedad sin educación tiene garantizado el atraso en todos los órdenes de la vida presente, la pérdida de su historia y la desesperanza de un futuro mejor. Una sociedad de ignorantes no solo es una carga social, sino también una bomba de tiempo Y es que la receta o antídoto para combatir la ignorancia no es desconocida para nadie. Los argumentos en pro de la educación se explican por sí mismos y no vamos a entrar en el análisis de lo obvio. Las personas, sociedades y pueblos que se han superado a sí mismas lo han hecho sobre la conquista de la ignorancia, lo han conseguido por el camino de la educación –para la cual no hay atajos ni formulas mágicas–.
Por eso, creer que cualquier dólar invertido en educación es un gasto es ser ingenuo.
Suponer que la falta de educación no tiene consecuencias, que la ignorancia es inofensiva e inocua raya en eso, ignorancia, cuando no sospecha.
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