3/5/13
Narcisismo y egocentrismo en su máxima expresión: José Mourinho y su paso por el Real Madrid - José Sámano (El Pais de Madrid)
El fútbol es de los futbolistas y la gente, no del que se tenga por el más especial de todos los especiales entrenadores del planeta - José Sámano: El fútbol no siempre se puede comprar. Las Copas de Europa no se recalifican y el juego es mucho menos controlable incluso que el mercado inmobiliario. La chequera ayuda, claro, pero no es la vía definitiva hacia el éxito. El Borussia es la penúltima constatación. Su plantilla costó, más o menos, el doble que Coentrão, un buen futbolista, no un primera clase. Un síntoma del desenfrenado mercantilismo del Real Madrid, que no ha sabido invertir en otros códigos de este deporte tan tribal en muchos aspectos, por más que el vedetismo pretenda desnaturalizarlo.
El fútbol es de los futbolistas y la gente, sus gentes, ni siquiera de sus financieros, presidentes electos, jeques o avalistas. Tampoco le pertenece al que se tenga por el más especial de todos los especiales entrenadores del planeta y menos si, como en el caso de José Mourinho, gestionan su cargo siempre en primera persona, olvidando que es la institución, el vestuario y la hinchada lo que dan sentido a su trabajo. Desde su atalaya, Mourinho ha provocado divisiones en los dos últimos estamentos citados, no en la institución, porque en ella el presidente tiene el monocultivo absoluto. No han sido pocas las veces que ha despreciado a sus jugadores, con críticas públicas y parciales, faltos de halagos y víctimas de intrigas palaciegas. A la afición no solo la ha recriminado con aplausos a la del Betis o chinitas por su deserción en Vallecas. Lo que es peor, ha metido una cuña infernal entrepseudomadridistas y madridistas. En realidad, él se refería amourinhistas o antimourinhistas, como se vio en su extravagante y narcisista plebiscito antes del derbi con el Atlético en Chamartín.
“Mou, tu dedo nos señala el camino”, se llegó a leer en una lacerante pancarta consentida por el club tras su agresión a Tito Vilanova. Un mensaje subliminal de un sector de la grada: todo vale por la victoria. Incluso aunque para ello el propio Mou arrastre por el lodo a Valdano, Casillas, Del Bosque, Toril, los médicos, los cocineros… Todo vale por la cruzada, no importa el precio. Hasta que la victoria, tozuda como es, se resiste, la muy puñetera. ¿No será una conspiración universal? Ya saben, los árbitros, la UEFA, esa maldita Liga que pone los horarios, esos entrenadores que no alinean el equipo que quiere Mou, esos jugadores que dan más patadas a unos que a otros, esa influyente Unicef, esos jardineros que riegan los campos sin ton ni son, esa dichosa selección campeona del mundo tan pacifista. ¡Ay, perversa victoria, que escapista es!
Mourinho es de los que piensan que solo una conspiración planetaria le aleja del éxito. Quizá, porque por mucho que sepa de fútbol, no sabe que el juego es un juego, algo placentero. Aún más en un país al que la Quinta, el Dream Team, el último Barça y la España de Luis y Del Bosque le dieron un manto hedonista que hoy es capital para sus tronos. Esos equipos tuvieron sus enredos de familia, como en todo gremio, pero en esos grupos nunca existió tanto vinagre, tanta pirotecnia interna. El gozo por el fútbol, la camiseta como nexo con los militantes, el orgullo de pertenencia.
A esa comitiva de equipos con sonrisa hay que sumar de inmediato al Borussia, que lleva por mascota el gozo de su técnico, Jürgen Klopp, el mismo que tras cada palabra apela a los incondicionales de Dortmund y expresa el eterno agradecimiento a sus chicos, a los que en la noche del martes mandó a tomar cervezas por Madrid. Nada de cicuta, Klopp como un mosquetero más al servicio de la causa común. La alegría perpetua del míster alemán trasciende el ganar. Mourinho prefiere bucear en el fango. Es él quien impone la vara de medir a vencidos como Ferguson o vencedores como Guardiola, Heynckes y Klopp, para los que siempre hay tachas.
Resulta que llegado el momento cumbre Mourinho no fue suficiente para resolver el partido de ida. En consecuencia, para la vuelta, desde la misma institución que le ha entregado las llaves del castillo, se apeló a espíritus del pasado, a la grada, al escudo, al cierre de filas sin distinción entre pseudos y no pseudos. Y es ese el atrezzo eterno del Madrid, el que solo se puede comprar si se tiene al fútbol como un depósito de sentimientos. Mourinho fue testigo directo del conmovedor esfuerzo de Sergio Ramos, del saber estar de Iker Casillas como uno para todos desde la banqueta o del sentido del deber de un líder como Cristiano, al frente aun con molestias físicas. Es con ellos y con gente como Diego López y otros cuantos sobre los que el Madrid tendrá que reconstruir su presente. Por suerte para el club, de la entidad depende que estos futbolistas no estén de tránsito hacia sí mismos. Generosos como son, cabe pensar que agradezcan a su técnico haberles llevado a ser “cabezas de serie” en la Champions, como dijo el luso tras el fiasco.
Un lapsus de Mourinho, que pasó por alto que algunos de sus muchachos ya han sido campeones de Europa, han ganado un Mundial y alguna que otra Eurocopa. Títulos que desdeña porque no le corresponden. Él busca su propia beatificación y desliza, en inglés mejor, no sentirse querido del todo. Hubiera sido conveniente que divulgara la lista de quiénes le tienen que querer: ¿Lospseudomadridistas, los jugadores a los que ningunea? Se enfrentó con todo por cumplir una misión. No la ha cumplido, y quizá no sepa que quienes sostiene que le odian, ni le odian ni le culpan del todo. El problema es el juego, el maldito fútbol. Lo único que Mou no puede gobernar a su antojo porque el muy endemoniado es de muchos, el muy réprobo unas veces sonríe y otras no. También les pasa a otros grandes técnicos que no se sienten especiales. No es el juego el que condena a Mourinho, sino él a sí mismo
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