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31/12/13

La vanidad, la intolerancia y las emociones enturbian la correcta función del cerebro - Dra. Cordelia Fine

Tu cerebro te enseña un mundo ampliamente coloreado por la vanidad - Cordelia Fine
Eduard Punset: Es divertido, en tu libro y en tus investigaciones, Cordelia, nos hablas de la fragilidad del cerebro. Nos dices que tengamos cuidado porque no es un artilugio del que podamos fiarnos. Pero, por otro lado, no tenemos otra alternativa que la de confiar en el cerebro.

¿Qué le dirías a la gente?
Cordelia Fine: Creo que una de las razones por las que he escrito este libro es porque la investigación sobre nuestro inconsciente es fascinante; los experimentos demuestran que existen distintas maneras de influir en el comportamiento de la gente, sin que ésta sea consciente de nada: cualquiera lo negaría si el experimentador le preguntara sobre ello más tarde. Los artículos generales sobre el tema son cómicos; no suele ocurrir lo mismo con la mayoría de los estudios académicos, que suelen ser bastante áridos; en general no provocan risa. Yo quería aportar esa información al gran público que, evidentemente, no tiene acceso a ella.
El lento flujo de la conciencia no tiene que ocuparse de todos esos procesos mentales que se dan sin que seamos conscientes. Y ha de ser así, pues no podríamos recopilar toda la información necesaria si nos basáramos únicamente en la parte consciente y reflexiva de nuestras mentes. Toda esa vida mental subyacente a la conciencia opera de una forma no necesariamente precisa, pero lo bastante eficiente como para construir todo tipo de prejuicios de los que no nos damos cuenta.
La investigación demuestra a menudo que la gente consciente de que puede haber algún sesgo es más imparcial, y es que la motivación y la capacidad de control de algunos de estos prejuicios pueden ser de gran ayuda.
Eduard Punset: De acuerdo, lo que dices es: “Cuidado, porque la parte del comportamiento que se rige por el subconsciente es tan grande que deberíamos saber abordarla ya que no hay ningún instrumento consciente, de momento al menos, que pueda interferir con este comportamiento o cambiarlo”. Vale, eso es cierto pero, ¿por qué la conciencia debería tener más razón que la inconsciencia?
Cordelia Fine: Bueno, algunos creen que ciertas decisiones son más acertadas si se toman de forma intuitiva y otros piensan que deben ser más deliberadas para ser acertadas…
Eduard Punset: ¿Qué decisiones serían mejores si fueran fruto de la intuición?
Cordelia Fine: Bueno, creo que me resulta más fácil decir cuáles probablemente no sean las más acertadas si resultan de la intuición. Hay distintas situaciones en las que es más que factible que la información recibida no sea imparcial o que se llegue a juicios sesgados. Por ejemplo, al conocer a otras personas, todos acabamos asociándolas a algún grupo social. Si tenemos una percepción concreta de estas personas, si la mente activa un estereotipo concreto, es muy probable que las percibamos a través de ese prisma estereotipado y que tengamos una percepción sesgada de su comportamiento, sus habilidades, etc.
Eduard Punset: Si somos conscientes de nuestra vulnerabilidad o de la vulnerabilidad que nos impone el cerebro, ¿qué podemos hacer? Si es que se puede hacer algo…
Cordelia Fine:
Bueno, a menudo sabemos de personas que son conscientes de que los prejuicios pueden interferir con sus juicios de valor; en estos casos suele desaparecer el sesgo.
Por ejemplo, la gente tiende a estar de mejor humor cuando hace algo bueno. Hay un experimento clásico sobre el humor y el tiempo meteorológico, en concreto con los que acostumbran a ir a correr. Si se les pregunta sobre su grado de satisfacción, los que salen a correr los días lluviosos suelen tener una visión de su vida más negativa que aquellos que corren los días de sol. Es un estado emocional que empaña la presunta visión objetiva de la propia vida. Sin embargo, en otra parte del experimento se preguntó a la gente: “Eh, ¿qué tal el tiempo ahí?”, donde quiera que se hiciera el experimento, y en esa ocasión el aspecto meteorológico no condicionó el estado de ánimo. La razón es que si se advierte a la persona del efecto del tiempo, se le da a entender que podría ser un factor de parcialidad y, por eso, dicho factor desaparece. No siempre funciona tan bien como en este caso pero a veces sí. Por ejemplo, se hizo un experimento con la voz de un famoso para ver si a la gente le gustaba el producto anunciado por el famoso en cuestión. Descubrieron que si la persona reconocía la voz del personaje célebre, el anuncio era menos eficaz que si no la reconocían. Se supone que es porque hay algún tipo de elemento supresor del sesgo. Pensaban: “Vale, se trata de un famoso…”; no eran necesariamente conscientes de ello… Creo que la investigación tiene que ir en esa dirección tan interesante y ver cómo llevamos a cabo esa supresión del sesgo de la que quizás ni somos conscientes. Porque pienso que cuando no somos conscientes en absoluto de que podrían interferir con nuestros juicios de valor estamos en una situación muy vulnerable.
Eduard Punset:
Gracias a tus investigaciones y las de otros colegas, hoy sabemos que el cerebro enturbia nuestras opiniones a través de una vanidad exacerbada, nuestra propia vanidad, por ejemplo, o activa la intolerancia, o si eres una persona emotiva, exacerba tus emociones… Y quería preguntarte: ¿podemos hacer algo al respecto?, ¿quizás ser conscientes de esas posibilidades?, ¿qué le aconsejarías a la gente?
Cordelia Fine:
Bueno, es difícil, porque escribí el libro pensando que sería más objetiva al acabarlo que al empezar. No sé si es verdad o no, de hecho, escribir el libro me sumió en un estado de confusión. Recuerdo que participaba en una obra teatral de grupo con mis hijos, se trataba de un grupo muy diverso. Había una señora sudafricana de pelo rubio que estaba hablando con una señora india y le dijo: “¿Podrías quitar esos juguetes de en medio?”. Yo pensé que le estaba hablando con un tono muy autoritario, no lo vi adecuado y me pareció que quizás era racista al considerar que la otra persona no merecía el mismo respeto que ella. Me dije: “Se está dejando llevar por sus prejuicios inconscientes”. Después, pensé que quizás era yo, que quizás era yo quien tenía el estereotipo porque los sudafricanos blancos han sido racistas y que esto estaba afectando mi percepción de cómo se había dirigido la sudafricana a la señora india. No sabía qué pensar, no sabía quién tenía prejuicios, si era ella, si era yo. Creo que el problema es que lo que llamamos “realismo ingenuo”, lo que percibimos como realidad absoluta y objetiva es muy difícil de superar, francamente. Cuando presentas los resultados de esas investigaciones a los estudiantes y les pides que utilicen esta información para predecir si se hubieran comportado igual en una situación parecida, no son capaces de aplicarlo a sí mismos. La gente siempre tiene prejuicios interesados sobre sí mismos y cuando les preguntas sobre otros te dicen: “Ah, sí, creo que es verdad que la gente hace eso”. ¿”Y tú lo harías?, bueno, yo no pero otros lo hacen”.
Eduard Punset:
Entonces, en realidad, las razones verdaderas de nuestro comportamiento siguen siendo desconocidas. Tú das muchísimos ejemplos en tu libro. ¿Cuáles, por ejemplo?
Cordelia Fine:
Bueno, creo que lo que es fascinante es que los psicólogos están empezando a demostrar que algunas de las principales decisiones que tomamos a lo largo de la vida - como con quién nos vamos a casar, qué tipo de trabajo vamos a desempeñar o dónde vamos a vivir- obviamente, van a ser una mezcla muy compleja de factores que nos influyen. Por ejemplo, la gente tiene un favoritismo inconsciente por aquello que les recuerda a sí mismos, es una especie de amor propio inconsciente que nos atrae hacia lo que se parece a nosotros mismos.
Eduard Punset:
¿Deberíamos intentar ser más racionales, más conscientes?, ¿deberíamos prestar más atención a las cosas?, ¿podemos hacer algo con ese lado inconsciente de nuestra personalidad?
Cordelia Fine:
Cuando pensamos en lo que nos rodea y nos influye, lo que pasa por nuestra cabeza y cómo nos comportamos, hay que pensar si toda la responsabilidad de controlarlo está aquí dentro, o si también tenemos que tener en cuenta lo que nos rodea.
Hace unas semanas leí un nuevo estudio en el que se mostraban fotos a bebés de dieciocho meses donde se veía un objeto, como por ejemplo una tetera. Después, al fondo de la foto, en un segundo plano, había otra imagen: de alguien solo, de una muñeca, de dos personas mirándose o de dos personas de espaldas. Y, tras enseñarles las fotos, analizaban los efectos que se producían en el bebé: la autora del experimento se paseaba entre los niños y dejaba caer unos palitos al suelo para ver cuántos niños la ayudarían a recogerlos. Por el mero hecho de mirar la fotografía de dos personas frente a frente, en una actitud interpersonal cooperativa y comunicativa, aumentaban las posibilidades de que el niño ayudara a recoger los palitos. Así que si pensamos en la educación de los niños, evidentemente el papel de los padres es intentar hacer que lo que hay aquí sea bueno pero también tenemos que pensar en el entorno en el que vive la gente y en cómo podemos ayudarles a que lo que hay dentro sea mejor teniendo en cuenta lo que hay fuera.
Eduard Punset:
O sea que, fíjense bien lo que estamos descubriendo, nos pasamos la vida a veces pensando en las ideas que debiéramos sugerir sino inculcar a los niños o a los jóvenes, en los sistemas educativos, sin darnos cuenta de la importancia que tiene, bueno, pues un hecho pasajero que se da en el entorno en el que vives.
Es increíble pensar en ese contraste: todos tus pensamientos intentan ver cómo puedes desarrollar ciertas habilidades de tus hijos y, por otro lado, en descubrir cómo el entorno puede ser tan eficaz o poderoso como tu propia mente.
Cordelia Fine:
Por supuesto como padre o madre, tienes un cierto poder sobre el entorno en el que se encuentra tu hijo, pero disminuye a medida que se hacen mayores.

3/5/13

Narcisismo y egocentrismo en su máxima expresión: José Mourinho y su paso por el Real Madrid - José Sámano (El Pais de Madrid)


El fútbol es de los futbolistas y la gente, no del que se tenga por el más especial de todos los especiales entrenadores del planeta - José Sámano:  El fútbol no siempre se puede comprar. Las Copas de Europa no se recalifican y el juego es mucho menos controlable incluso que el mercado inmobiliario. La chequera ayuda, claro, pero no es la vía definitiva hacia el éxito. El Borussia es la penúltima constatación. Su plantilla costó, más o menos, el doble que Coentrão, un buen futbolista, no un primera clase. Un síntoma del desenfrenado mercantilismo del Real Madrid, que no ha sabido invertir en otros códigos de este deporte tan tribal en muchos aspectos, por más que el vedetismo pretenda desnaturalizarlo.
El fútbol es de los futbolistas y la gente, sus gentes, ni siquiera de sus financieros, presidentes electos, jeques o avalistas. Tampoco le pertenece al que se tenga por el más especial de todos los especiales entrenadores del planeta y menos si, como en el caso de José Mourinho, gestionan su cargo siempre en primera persona, olvidando que es la institución, el vestuario y la hinchada lo que dan sentido a su trabajo. Desde su atalaya, Mourinho ha provocado divisiones en los dos últimos estamentos citados, no en la institución, porque en ella el presidente tiene el monocultivo absoluto. No han sido pocas las veces que ha despreciado a sus jugadores, con críticas públicas y parciales, faltos de halagos y víctimas de intrigas palaciegas. A la afición no solo la ha recriminado con aplausos a la del Betis o chinitas por su deserción en Vallecas. Lo que es peor, ha metido una cuña infernal entrepseudomadridistas y madridistas. En realidad, él se refería amourinhistas o antimourinhistas, como se vio en su extravagante y narcisista plebiscito antes del derbi con el Atlético en Chamartín.
“Mou, tu dedo nos señala el camino”, se llegó a leer en una lacerante pancarta consentida por el club tras su agresión a Tito Vilanova. Un mensaje subliminal de un sector de la grada: todo vale por la victoria. Incluso aunque para ello el propio Mou arrastre por el lodo a Valdano, Casillas, Del Bosque, Toril, los médicos, los cocineros… Todo vale por la cruzada, no importa el precio. Hasta que la victoria, tozuda como es, se resiste, la muy puñetera. ¿No será una conspiración universal? Ya saben, los árbitros, la UEFA, esa maldita Liga que pone los horarios, esos entrenadores que no alinean el equipo que quiere Mou, esos jugadores que dan más patadas a unos que a otros, esa influyente Unicef, esos jardineros que riegan los campos sin ton ni son, esa dichosa selección campeona del mundo tan pacifista. ¡Ay, perversa victoria, que escapista es!
Mourinho es de los que piensan que solo una conspiración planetaria le aleja del éxito. Quizá, porque por mucho que sepa de fútbol, no sabe que el juego es un juego, algo placentero. Aún más en un país al que la Quinta, el Dream Team, el último Barça y la España de Luis y Del Bosque le dieron un manto hedonista que hoy es capital para sus tronos. Esos equipos tuvieron sus enredos de familia, como en todo gremio, pero en esos grupos nunca existió tanto vinagre, tanta pirotecnia interna. El gozo por el fútbol, la camiseta como nexo con los militantes, el orgullo de pertenencia.

Por mucho que sepa de fútbol, no sabe que el juego es un juego, algo placentero
A esa comitiva de equipos con sonrisa hay que sumar de inmediato al Borussia, que lleva por mascota el gozo de su técnico, Jürgen Klopp, el mismo que tras cada palabra apela a los incondicionales de Dortmund y expresa el eterno agradecimiento a sus chicos, a los que en la noche del martes mandó a tomar cervezas por Madrid. Nada de cicuta, Klopp como un mosquetero más al servicio de la causa común. La alegría perpetua del míster alemán trasciende el ganar. Mourinho prefiere bucear en el fango. Es él quien impone la vara de medir a vencidos como Ferguson o vencedores como Guardiola, Heynckes y Klopp, para los que siempre hay tachas.
Resulta que llegado el momento cumbre Mourinho no fue suficiente para resolver el partido de ida. En consecuencia, para la vuelta, desde la misma institución que le ha entregado las llaves del castillo, se apeló a espíritus del pasado, a la grada, al escudo, al cierre de filas sin distinción entre pseudos y no pseudos. Y es ese el atrezzo eterno del Madrid, el que solo se puede comprar si se tiene al fútbol como un depósito de sentimientos. Mourinho fue testigo directo del conmovedor esfuerzo de Sergio Ramos, del saber estar de Iker Casillas como uno para todos desde la banqueta o del sentido del deber de un líder como Cristiano, al frente aun con molestias físicas. Es con ellos y con gente como Diego López y otros cuantos sobre los que el Madrid tendrá que reconstruir su presente. Por suerte para el club, de la entidad depende que estos futbolistas no estén de tránsito hacia sí mismos. Generosos como son, cabe pensar que agradezcan a su técnico haberles llevado a ser “cabezas de serie” en la Champions, como dijo el luso tras el fiasco.
Un lapsus de Mourinho, que pasó por alto que algunos de sus muchachos ya han sido campeones de Europa, han ganado un Mundial y alguna que otra Eurocopa. Títulos que desdeña porque no le corresponden. Él busca su propia beatificación y desliza, en inglés mejor, no sentirse querido del todo. Hubiera sido conveniente que divulgara la lista de quiénes le tienen que querer: ¿Lospseudomadridistas, los jugadores a los que ningunea? Se enfrentó con todo por cumplir una misión. No la ha cumplido, y quizá no sepa que quienes sostiene que le odian, ni le odian ni le culpan del todo. El problema es el juego, el maldito fútbol. Lo único que Mou no puede gobernar a su antojo porque el muy endemoniado es de muchos, el muy réprobo unas veces sonríe y otras no. También les pasa a otros grandes técnicos que no se sienten especiales. No es el juego el que condena a Mourinho, sino él a sí mismo

11/11/11

Biografía de Juana de Ibarbourou (Diego Fischer) y autobiografía lírica (Parte I)



Diego Fischer publica la primer biografía de Juana de Ibarbourou (1892-1979), la mayor poeta uruguaya que fue ignorada por sus compañeros de generación, quienes la veían como la escritora del gobierno de turno. En ella se revela el infierno de una mujer marcada por el talento y la belleza, pero desgarrada por la violencia doméstica, la adicción a la morfina, penurias económicas y un amor prohibido casi en el crepúsculo de su vida.
"Juana de América", como se la conoció a partir de la distinción creada para ella en 1929 (uando aún no cumplía los 40 años), integró con la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral una tríada femenina de escritoras notables del Cono Sur durante la primera mitad del siglo pasado.
Pero fue la uruguaya quien mejor combinó belleza con un talento que, aunque desdeñado por sus compatriotas de la Generación del 45, integrada por los escritores Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, fue aclamada por poetas de la talla de los españoles Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.
Basado en cartas de la escritora, testimonios y documentos, el libro es la travesía amarga de una mujer que, superadas las delicias de la fama y de una belleza que marcó época, vivió atormentada, "cautiva" de su hijo Julio César y enamorada sin futuro, pero correspondida, a los 60 años de un médico argentino de 40 -Eduardo De Robertis- con quien venció un tiempo su dependencia a la morfina.
Juana de Ibarbourou fue "ignorada por la intelectualidad del Uruguay, la llamada Generación del 45 que integraron Onetti, Benedetti y Angel Rama entre otros " porque "le atribuyeron el mote de ser la poeta del gobierno de turno", cosa que es "absolutamente falsa", dice Fischer a la hora de explicar la ausencia de biografías de la mayor poeta del país.
Juana padeció serias penurias económicas buena parte de su vida -llegó a vender su Biblioteca personal de más de 4 mil volúmenes- y aunque cortó amarras con el mundo exterior en 1976 la alcanzó el galardón "Protector de los Pueblos Libres José Artigas" que le otorgó la dictadura uruguaya (1973-85), premio que luego recibieron los dictadores argentino Jorge Rafael Videla y el chileno Augusto Pinochet.
"La condecoración fue infamante" y Juana la aceptó "presionada por su hijo", una "figura nefasta, con dimensiones de novela medieval", afirmó Fischer sobre Julio César Ibarbourou, quien, según sostiene el libro, llegó a agredir físicamente a su madre, como alguna vez había hecho su marido, Lucas de Ibarbourou.
El "muchachón sin alegría", como lo definió su madre, fue también responsable -sostiene Fischer- de que el anuncio de la muerte de Juana, posiblemente entre el 12 y 14 de julio de 1979, recién se anunciara oficialmente el 15 de julio porque éste había comprometido la "primicia" con un diario de la época.
"Lo que más impresiona es cómo en ese infierno, en ese calvario que vivió fue capaz de crear belleza", afirmó Fischer, cuya biografía se lanzó a menos de un año del trigésimo aniversario de la muerte de Ibarbourou, 70 de la proclamación de "Juana de América" y medio siglo del Premio Nacional de Literatura.



“Juana de Abarbourou” (Juana de América) nos habla de su vida y de su obra – Museo de la palabra del Sodre –
Texto de la autobiografía realizada por Juana de Ibarbourou en el Paraninfo de la Universidad en década de los 60, frente a destacadas glorias de la poesía latinoamericana (Alfonsina Storni y Gabriela Mistral entre otras).
JUANA DE IBARBOUROU: Siempre, respecto al artista hay una curiosidad general sobre los detalles de sus comienzos: ¿significan éstos algo en la obra realizada?, ¿se trata de una simple curiosidad o de una útil investigación estadística?, ¿estos datos servirán en el porvenir para mejorar a esa especie sagrada y absurda (los poetas), que la mayor parte de las veces vive a contramano y que realiza la belleza como una misión impuesta por el destino, más que por una autodisciplina de las propias cualidades, y del misterio de la vocación con que ha nacido?.
Por mí misma, se cuánto interesa a la gente desde la más simple e ingenua hasta esa que gasta una arruga en el entrecejo, el proceso de los comienzos poéticos. Las preguntas con casi unánimemente las mismas:
- ¿cuándo empezó Ud a hacer versos?
- - ¿qué sintió, que hizo, como fue recibido por los que conocieron su primer poema?
Se ha logrado que yo mismo llegase a interesarme por ese principio confuso, por ese génesis sin historiadores, puesto que, muerta mi madre, (que tenía una candorosa adoración por mis versos), nadie podrá ayudarme a reconstruir el balbuceo inicial, a saber,
¿Cómo fueron los primeros pasos vacilantes, sin alguien que me llevase de la mano, sin el más elemental conocimiento de la poética y casi ni del idioma.
Estoy creyéndome que la iniciación del poeta nato es algo así como la de un payador, vale decir como la de un juglar o un trovero. Se estremecerán los males de los grandes del verso ante estas definiciones de tanta humildad, y sobre las que el poeta culto acumula sonriente desprecio. Recuerdo como me sabía de memoria las décimas populares, sin autor conocido, como las del romancero anónimo, de mi revolucionario Cerro Largo natal. Y como yo procuraba imitarlas sintiendo por una extraña e indefinible intuición infantil, que a las mías les falta algo, que ahora sé que era, aquel aliento bélico, aquella pasión partidista que tanto los blancos como los colorados (partidos políticos fundadores del Uruguay), sabían poner en las palabras mágicas.
La Virgen cristiana, inspiración de todos los poetas clásicos castellanos, fue también mi inspiradora primera. Yo tenía unos 14 años cuando hice mi primer soneto. No supe que era un soneto hasta algún tiempo después, cuando Luis Onetti Lima de permanente memoria me lo hizo reproducir en Atlántida Constancio Vigil (editorial), tal vez fundada hacía muy pocos años. La palabra soneto tuvo para mí un misterioso prestigio, no atinaba a encontrarla en su develamiento, en mi casa n había diccionarios, no se diluía en el aire ese gas celestial de los términos poéticos que luego encontré en un campillo que había heredado de mi hermana, la dulce protagonista de la hermana y el monstruo en “Chico Carlo”, un libro que yo gusté y amé embriagadoramente. No podría decir de donde extraje algunos sustantivos tan castizos como “alquería” y algunos adjetivos tan recónditos como “glauco”. Acaso nace con uno, o viene con uno una secreta adivinación o conocimiento del idioma que ha de ser por divino mandamiento su elemento constructivo.
Es sorprendente como se va enriqueciendo el vocabulario de una criatura que apenas ha cursado las clases primarias, en un lugar entonces muy alejado de los grandes centros de cultura (Ciudad de Melo distante 387 Km de Montevideo), que no frecuenta sino las pueblerinas tertulias de su madre, que han de dar un material folklórico y de medio ambiente, que luego no ha de utilizar sino como anécdota, mientras que lo que le es propio y vital, le llega de un modo absolutamente misterioso y sin fecha determinada.
Tengo que dejar en la nebulosa los primeros recuerdos de mi inspiración poética, todo lo anterior a ese inicial soneto cuyo título es “el cordero”. Habiendo vivido mucho en el campo, los elementos fundamentales de la breve y candorosa composición no puede ser más auténticos, en cambio en el léxico se filtraron palabras verdaderamente difíciles, aunque pertenezcan al castellano.
¿cómo las atrapé para mi enriquecimiento verbal?, ni yo misma sé decirlo, no puedo decirlo; aparecen ahí bien puestas, sustituyendo con ventaja armoniosa, “alquería” a la clásica “chacra rioplatense”, más aún uruguaya. Y tanto repetí oralmente mi soneto, que me quedó grabado en la memoria para siempre. Como soneto, aparte de su humildad tan patentemente juvenil, tiene una realidad absoluta. Es un soneto tal como Boscan los trajo de Italia. Tal como el Marqués de Santillana, lo incorporó a nuestra poética en los albores del Renacimiento. Tal como luego Cervantes y Lope de Vega lo legaron en piezas inmortales a nuestra lengua.
Un soneto con todas las de la ley, sin conocer sus leyes, un soneto por esa parte de prodigio que en mil cosas pone sus destellos en la vida de los hombres exactamente para quebrar su cruda vanidad: “yo lo sé”, “yo lo hice”, “yo lo he creado”; ¡¿Y Dios?!, pues señores, Dios sonríe entre sus blancas barbazas de buen padre, pues quién creó el soneto, el endecasílabo, y la lira y la octava real fue él. Y él es quién elige en cada generación de seres petulantes, a los que han de pasar por sus grandes poetas, y aún aquellos que posan de satánicos, y los que pretenden competir con la voz de los volcanes, y los disimulados de vocecitas de grillo y los que a él le cantan y los que por sí lloran. Instrumentos auténticos, arpas y cítaras del gran tañedor, porque pese a todos los defectos de la sonora arcilla humana, no fallan en su misión, el del oficio, el destino, el resplandor.
Así fueron pasando los años de la niñez y la adolescencia, los de los triunfos escolares en las mejores composiciones de la clase, y los primeros poemas publicados en el “deber cívico” de Melo. Debo a su director don Cándido Monegal, esa hospitalidad lírica que colma de orgullo al autor nobel y a Casiano, su hijo Cacho (tan querido por todo nuestro pueblo), gran poeta que malogró la bohemia, un apoyo, un aliento, que quizá decidieron mi porvenir. Años radiantes simples y rápidos, aún sin ambición ni premoniciones de felicidad y amor.
Me casé muy joven y muy joven recibí también la dicha del hijo que sigue siendo lo más grande, mejor y único mío que tengo sobre la tierra. Mi marido era militar, años deambular de una guarnición a otra, de pequeños pueblos a pequeñas ciudades, una de las cuales Rivera me ha quedado en el corazón. Paz cuadernos y cuadernos de versos, y Las lenguas de diamante en potencia, pues casi todos los poemas que formaron luego ese volumen primigenio, estaban en esas hojas de irreparable aire escolar.
La adaptación fue haciéndose densa y dolorosa en Montevideo. Un día vi en el diario La Razón, una página literaria que empezaba a aparecer semanalmente (novedad en la prensa metropolitana), y allá me fui una tarde con mis cuadernos de versos y el milagro se hizo rápido y al parecer simple como todos los milagros. Fue un fogonazo, una página entera bajo un seudónimo candoroso y ridículo de perfume francés “Jane de Ibar”. La amparó Vicente Salaberry y ahí empezó mi destino lírico ascendente, vertiginoso, sin que yo pudiera explicarme nunca, (hasta ahora), los triunfales acontecimientos sucesivos.
He sido feliz, en la juventud tuve esa claridad dulce y erizada en la mañana. Mi dicha ha sido la familia, tan independiente del éxito cuando me he ido quedando sola con el hijo, cuando por mi linda y cuidada casa fueron pasando los vendavales trágicos que se llevaron los seres que me daban la pacífica alegría cotidiana, padre, madre adoradísima, el marido que fue tan buen compañero.
Desde entonces, ya no sé lo que es la alegría completa. Para una mujer el éxito artístico no es la felicidad íntima. Como un diamante fastuoso no puede suplir el sagrado pan doméstico. Doy gracias a Dios, por lo que su magnificencia me ha otorgado, pero puesto en los platillos de una balanza, a peso con lo que he ido perdiendo, no lo hubiera elegido. No es disconformidad, ni soberbia, sino sencillo y profundo amor.
Quiero mi oficio y mi poesía y lo sigo sirviendo apasionadamente desde hace muchos años.
En 1919 la Editorial Buenos Aires vió mi libro Las lenguas de diamante, sigo fiel a esa servidumbre del verso y ya puedo juzgar mis primeras producciones con la serenidad con que se miran las cosas y acontecimientos que van adquiriendo perspectiva y lejanía.
Recuerdo que el escritor Manuel Galvez, mi primer editor y prologuista, comentaba riendo el empeño con que yo defendía cada signo y puntuación, cada palabra de ese libro que secretamente me parecía perfecto. El ya tenía mucho renombre y además de su gran cultura, pero la pequeña muchacha a quién se le hacía el honor de editarle de buenas a primeras un libro del que no pagaba ni siquiera el papel, n permitió que se le cambiase ni enmendara la más ínfima palabra.
El tiempo me ha dado mesura y humildad y ahora soporto muy bien cualquier crítica si me parece justa y bien intencionada. Para las que no tienen esas dos condiciones, he aprendido también el olvido sin rencores. Jamás he salido de mi palestra a defender mi obra, y no es que no la quiera, libro a libro, como se ama a los hijos, sino que he ido aprendiendo la tolerante y melancólica sabiduría de la vida, una vida (en poesía), más longeva de lo que yo mismo deseara. El tiempo es el gran discriminador, el gran aclarador, a través de él todo ocupa su posición justa y adquiere sin pasión buena o mala sus verdaderas líneas.
Las lenguas de diamante fueron una verdadera llamarada, el éxito llegó, el halago y la amistad me venían de cerca y de lejos, en una atmósfera de encantamiento. Gracias a Dios no me envanecí nunca, tengo la buena sangre de mi madre y ella me formó a su semejanza, simple y directa como era ella misma. Nunca tuve propensión a embriagarme con la buena suerte, abroquelada por la inmensa y verdadera coraza del amor familiar y la fe religiosa, se que sobre la Tierra, nada vale más que eso, y que ahí está el “paraíso terrenal” que se cree perdido.

http://books.google.com.uy/books?id=eSQ7jTt1VwQC&pg=PA8&lpg=PA8&dq=La+palabra+soneto+tuvo+para+m%C3%AD+un+misterioso+prestigio&source=bl&ots=CfRVYsy8n0&sig=gN65xeHmZPpTvoUCWfaQ4hbDLDk&hl=es&ei=XRe9TrDfIuLz0gHFk4HvBA&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=2&ved=0CCIQ6AEwAQ#v=onepage&q=La%20palabra%20soneto%20tuvo%20para%20m%C3%AD%20un%20misterioso%20prestigio&f=false

2/12/10

La voluntad contra la biología: la lucha contra la obesidad - Dr. José Enrique Campillo

Hijos del hambre - Entrevista a José Enrique Campillo
Ganar el pan con el sudor de la frente es algo a lo que hemos estado abocados desde tiempos inmemoriales. El movimiento de los organismos es, de hecho, una estrategia para buscar alimento. La evolución, dentro de la maravillosa diversidad que creó, llevó a seres que huían de los depredadores y corrían tras potenciales presas.
Gran parte del diseño de los organismos "superiores" tiene la función de hacerlos más hábiles, rápidos y fuertes en la denominada lucha por la existencia. Por debajo de la frenética actividad en pos de la supervivencia se dan procesos bioquímicos complejos en los que la energía se capta, se almacena y se libera.
Originariamente la vida estaba constituída únicamente por esos procesos. Con el tiempo y la competencia por los recursos escasos se fue convirtiendo, en una proporción no desdeñable, en lo que ahora vemos en los documentales y en nuestra sociedad (para lo último se requiere una mirada naturalista más atenta).
La energía fluye por el sistema. La ecología estudia cómo la energía se genera y se mueve por entre los seres y su entorno abiótico. Múltiples semillas de luz solar germinan en tierra y mar en forma de plantas y plancton, y desde ahí se eleva una larga cadena trófica por la que fluyen los nutrientes hasta los menos autosuficientes de los seres, los carnívoros.
Los autótrofos son devorados por los heterótrofos mansos que a su vez son devorados por los más fieros. El ser humano se halla en la cúspide de la pirámide alimenticia, al menos desde que, en un momento de su evolución, abandonó el cobijo de las selvas tropicales africanas para adentrarse en la árida sabana.
Entonces se vio obligado a cambiar sus hábitos alimenticios para sobrevivir. Dado que el ambiente no proveía apenas de frutos carnosos, el animal arborícora tuvo que poner pie en tierra de forma permanente y buscar su sustento de forma distinta. Obviamente nada de esto sucedió en unos pocos días, ni en unas pocas generaciones. Pequeños cambios genéticos, trasmitidos diferencialmente por homínidos mejor adaptados al nuevo ambiente a su descendencia, dieron origen, con el tiempo, al ser humano, capaz de correr largas distancias, de pensar sobre la muerte, de escribir y protagonizar dramas y de viajar al espacio. Este ser, que no nos es en absoluto ajeno, lleva dentro de sí miles de millones de años de evolución desde la primera molécula de ARN, o lo que fuera que comenzase el proceso de replicación. Nuestra evolución se lee en nuestros genes, pero también se lee en nuestra anatomía y en nuestra fisiología.
En particular en esta última lee desde hace tiempo nuestro entrevistado de hoy, José Enrique Campillo Álvarez, Catedrático de Fisiología en la Universidad de Extremadura. Aborda en sus estudios y trabajos un tema interesante no sólo desde el punto de vista científico, ni sólo para quien desea conocer sus orígenes, más allá de padres, abuelos y antecesores en época romana: la obesidad en la sociedad actual.
Este asunto es del interés de todo aquel que haya sufrido delante de algún manjar, por caer en la amarga contradicción de desear consumirlo y a un tiempo temer hacerlo. Su naturaleza está presente en ambas pulsiones. El deseo y el querer, en su lucha en nuestro interior, obedecen a dictados distintos de nuestro ser.
Se sabe que la obesidad afecta tanto a nuestra imagen como a nuestra salud. Es causa de enfermedad coronaria y de cáncer, y la mente de los demás, por término medio, no encuentra grata nuestra versión oronda. Enfermamos y no gustamos. Para un animal sexual, vanidoso y sediento de trascendencia la obesidad es una condena terrible. Nadie quiere estar gordo.
En El Mono Obeso, el Profesor Campillo expone amena y rigurosamente el por qué profundo de nuestra tendencia a engordar. Ese por qué no lo encontramos más que superficialmente en nuestra tendencia a comer grasas e hidratos de carbono con alegría. Esta sería solo la causa inmediata, conductual. Detrás de eso hay un cerebro y un organismo moldeados por la evolución, por una evolución que se dio en distintos ambientes ecológicos, con distintas presiones ambientales. Resumiendo y simplificando mucho podría decirse que ahora llenamos el buche porque en el pasado lo hacíamos, pero en el pasado tenía un sentido biológico, pues nos urgía acumular reservas en épocas de abundancia relativa para épocas de carestía -hambre, vaya- y hoy no lo tiene, ya que nuestra nevera está llena. Para más detalles, la obra del Profesor Campillo.
1) ¿Somos lo que comemos, comemos según somos o quizás alguna cosa intermedia o distinta?
Cada especie animal porta en sus genes el diseño de cuáles son los alimentos más adecuados para su supervivencia. Las vacas se alimentan de vegetales y para digerirlos han desarrollado un sistema fermentador en el estómago. Un caballo y un gorila se alimentan de vegetales que digieren en un gran colon fermentado. Un león o un gato se alimentan de carne y el escaso tamaño de su colon les impide nutrirse de vegetales, son carnívoros estrictos. Hay animales como el cerdo y el oso que pueden alimentarse de alimentos de origen animal o vegetal. La historia evolutiva de nuestra especie nos ha hecho, lo que podíamos denominar “carnívoros facultativos”. No somos omnívoros porque a diferencia del cerdo y del oso, no sobreviviríamos a base exclusivamente de hierba. Nuestro pequeño colon solo puede digerir unos vegetales muy especiales llamados verduras, hortalizas y frutas. No podemos alimentarnos de césped.
2) Antonio Damasio sugiere que nuestras emociones y nuestros más elevados sentimientos se asientan sobre la información que recibe el cerebro del estado del cuerpo. En lo que se refiere a la importante función de alimentarse ¿en qué medida y de qué manera diría que afecta a nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestro comportamiento?
Las dos funciones fundamentales de cualquier ser vivo son la alimentación ( de interés a nivel de individuo) y la reproducción (de interés a nivel de especie). Los genes, que son los que verdaderamente mandan, se han encargado de que cumplamos ambas y para ello han hecho que nutrirnos y reproducirnos sean actos placenteros. De hecho, uno de los problemas para perder peso es que comer es placer. Por ello en lo que preguntas hay una doble relación que complica las cosas: por una parte nuestras emociones, nuestros pensamientos influyen la forma en que nos nutrimos y, por otra, los alimentos que tomamos influyen en nuestro comportamiento. Muchos alimentos son los precursores de neurotransmisores importantes, por ejemplo el triptófano de la carne es precursor de la serotonina.
3) Hace unos años se descubrió la hormona leptina, que puso de manifiesto que las células adiposas, a las que se consideraba meros receptores pasivos de las grasas, envían mensajes al cerebro sobre la cantidad de grasas que almacenaban. Desde entonces se han encontrado muchas otras hormonas que participan en este circuito de información entre el cerebro, las células adiposas y el aparato digestivo. ¿Podría hacernos inventario y explicarnos brevemente el proceso?
En efecto, hace unos pocos años se pensaba que los adipocitos eran una especie de células tontas que solo sabían almacenar grasa. Hoy sabemos que son uno de los órganos endocrinos más importantes del organismo. El adipocito funciona como un “ponderostato”. Si aumenta de tamaño la grasa acumulada, dispara señales para que se inhiba el hambre y se gaste mas energía, para que bajen los depósitos grasos. Si se adelgaza, se disparan otras señales que nos dan hambre y reducen el gasto energético. Cada persona tiene ajustado su “ponderostato” a un determinado nivel. Si se desajusta, viene la obesidad o el adelgazamiento excesivo. Hay muchas señales que intervienen en este complejo proceso Además de la leptina, están bien estudiadas y reconocidas la adiponectina, la resistina y también, sorprendentemente, producen factores proinflamatorios como la Interleuquina y el llamado Factor de Necrosis Tumoral (TNFα). Hoy se considera a la obesidad como un auténtico estado inflamatorio, además de acúmulo de grasa.
4) La medicina evolucionista ayuda a explicar la génesis y la razón de ser de muchas enfermedades. Mel Greaves, por ejemplo, ha explicado el cáncer desde una perspectiva evolucionista en Cáncer, el legado evolutivo, y usted nos habla de esa pandemia terrible de la opulencia y el sedentarismo que es la obesidad, en El Mono Obeso. ¿En qué áreas de la medicina cree que puede contribuir positivamente la explicación evolucionista? ¿cree que puede servir para obtener terapias eficaces, aparte de un conocimiento más exhaustivo?
Bueno, hay auténticos tratados sobre Medicina Evolucionista. En español esta publicado“¿Por qué enfermamos?”, creo que por Grijalbo. Prácticamente no hay especialidad médica sin tratamiento evolucionista.
5) ¿Cuán inadaptado diría que está nuestro diseño en las modernas sociedades tecnológicas, multiculturales, impersonales, de masas....?
Depende de la carga genética que tenga cada cual. Los genes paleolíticos que todos llevamos muestran muchos polimorfismos y las diferentes personas responden de forma diferente ante las mismas presiones ambientales
6) ¿Padecen los obesos una adicción, en un sentido estricto del término, cómo la padecen los drogadictos?
Si; en USA la obesidad se trata con los mismos esquemas que otras adicciones como el alcoholismo. Sólo hay comercializadas dos medicinas con la indicación oficial de tratamiento de la obesidad, así que el resto es “abstinencia” de comer y gastar más con el ejercicio físico. Para eso se requiere psicoterapia.
7) ¿Qué está investigando ahora? ¿Cuál es su mayor reto científico, cuál el misterio que desearía desvelar?
Bueno, ahora estoy metido de lleno en completar la idea lanzada en El Mono Obeso, en otro libro que se titulará: Hijos del Hambre.