Boris Cyrulnik es un hombre de físico imponente, sonrisa amplia y fascinante conversación.
Le gusta el rugby, sigue la actualidad política, lee con la misma pasión con que escribe y acaba de publicar en España el libro Los patitos feos.
Nadie diría que detrás de la pausada voz y la mirada cordial de este psiquiatra francés de 65 años (ahora tiene 79 años), se esconde un superviviente.
Su vida es la historia de una redención: nació en Burdeos en el seno de una familia judía emigrada de Ucrania, y con sólo cinco años contempló cómo sus padres eran deportados y asesinados en un campo de concentración. "No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte", recuerda ahora sin aparente amargura.
Él logró escapar y comenzar una vida nómada que le arrastró por orfelinatos y centros de acogida. Era el típico caso perdido, un patito feo condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.
-Es un mensaje de esperanza porque en psicología nos habían enseñado que las personas quedaban formadas a partir de los cinco años.
Los niños mayores de esa edad que tenían problemas eran abandonados a su suerte, se les desahuciaba y, efectivamente, estaban perdidos. Ahora las cosas han cambiado: sabemos que un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza y se le presta apoyo.
-Exacto. Y se lo debemos a la resiliencia, a la resistencia a la adversidad. A la capacidad que tenemos los humanos para resistir a las adversidades, un mecanismo de autoprotección creado en primer lugar por los lazos afectivos y, posteriormente, por la posibilidad de expresar las emociones. No debemos confundirlo con la resistencia.
-Antes he citado a Anna Freud y ahora voy a citar a su padre, Sigmund Freud.
Él dijo una vez que, hagamos lo que hagamos con nuestros hijos, siempre fracasaremos. Pero no debemos olvidar que si no hacemos nada es peor, así que criamos a nuestros hijos como lo que somos en el fondo de nosotros mismos y no con recetas.
Y si realmente queremos que se críen de la mejor manera posible tenemos que comenzar por trabajar sobre nosotros (la pareja), y sobre nuestra cultura y nuestra sociedad.
En muchos países del llamado Tercer Mundo se piensa que los niños con problemas son monstruos, y lo cierto es que como no se les dedica ningún esfuerzo acaban volviéndose monstruos.
Lo sorprendente es que cuando uno cree en la resiliencia y pone sobre estos niños a unos tutores afectivos, muchos recuperan un cierto tipo de desarrollo.
Como han sido heridos no alcanzan su desarrollo natural, pero sí pueden sanar, dejar de estar sometidos, llevar una vida normal.
-La resiliencia depende del desarrollo afectivo del niño, y éste a su vez del cariño que recibe. La primera etapa de formación tiene lugar antes de los tres años, cuando aún no domina la palabra, y la segunda cuando alcanza la capacidad de racionalizar y de crear una representación del mundo que le rodea.
En cuanto a su efectividad, es más fácil que la resiliencia funcione mejor cuanto más pequeño es el niño, pero es posible que sea aplicable durante toda la vida.
En Marsella tenemos un grupo que está trabajando con ancianos y con enfermos de Alzheimer, y podemos comprobar que se producen grandes avances incluso con aquéllos que han perdido el lenguaje.
-Efectivamente. El psicoanálisis ha triunfado por poner algo de luz en la relación entre madre e hijo. Las madres son muy importantes, pero no están solas.
Ahora sabemos que los padres también desempeñan un papel fundamental en el desarrollo del niño.
-Entonces el niño se formará en un mundo únicamente femenino, y tendrá un desarrollo muy distinto al que hubiera tenido en un mundo únicamente masculino.
O viceversa. Hemos estudiado grupos de niños criados por padres solos, por madres solas, por parejas asociadas y diferenciadas -padre y madre con distintos cometidos- y por parejas asociadas pero no diferenciadas -padre y madre con similares cometidos-.
Siguiendo a estos niños durante años, incluso décadas, hemos llegado a la conclusión de que los niños que mejor se desarrollan social e intelectualmente y tienen unas mejores maneras de relacionarse con los demás son los que han sido criados por padres y madres asociados y diferenciados.
Y los que peor se desarrollan son los criados por madres aisladas o padres aislados.
Estos últimos tienen retrasos en el lenguaje, temen a la otra parte, padecen fobias sociales... Ahora sabemos que la función materna es dar seguridad a un niño, y la función paterna dinamizarlo.
Pero esto es algo esquemático: si es necesario, un padre podría dar seguridad y una madre dinamizar.
La Resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, dice Boris Cyrulnik en su libro..."Los patitos feos" (Gedisa).
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