6/3/19
LA ESCRITURA ES QUIZÁ EL MÁS GRANDE DESCUBRIMIENTO HUMANO: Leer buena literatura puede hacernos mejores, puede educarnos emocionalmente, enseñarnos a conocer la “empatía” y a entender el sufrimiento y las alegrías ajenas - Alberto Manguel
LA ESCRITURA ES QUIZÁ EL MÁS GRANDE DESCUBRIMIENTO HUMANO: La
escritura une a personas que no se conocen entre sí. A través del
tiempo, un autor habla clara y silenciosamente a quienes lo leen con
atención, entrando en sus mentes y en sus corazones, generando
cambios y transformaciones imprevisibles.
Leer
buena
literatura
puede hacernos mejores, puede
educarnos emocionalmente, enseñarnos a conocer la “empatía” y
a entender el sufrimiento y las alegrías ajenas
- Alberto
Manguel.
No lo sabía
entonces, pero ese libro me inició en el aprendizaje de la empatía.
Mi educación en adentrarme en las vidas de los otros continuó
después con lecturas más complejas, de la mano de personajes como
Jane Eyre y Ana Karenina, de Robinson Crusoe, don Quijote de la
Mancha y de los sufridos héroes de Charles Dickens.
Estos personajes
me ayudaron —a mí y a una comunidad enorme de lectores— a
entender con más profundidad el sufrimiento ajeno y también a hacer
más tangibles sus momentos de alegría.
La literatura no
parece tener una obvia utilidad, pero la ciencia ha demostrado que la
tiene. Leer literatura, una actividad que muchos consideran ociosa o
inútil, sin embargo posee un valor social invaluable: nos hace más
empáticos, más dispuestos a escuchar y entender a los otros. Las
ficciones nos enseñan a nombrar nuestras angustias y también cómo
enfrentar y compartir nuestros problemas cotidianos.
Esto
es especialmente importante hoy, cuando muchos de los retos más
apremiantes de nuestro tiempo se tienen que resolver de manera
colectiva y solidaria: los desastres naturales que ha acentuado el
cambio climático, las crisis migratorias mundiales o el reclamo por
los derechos de las minorías fueron contados y discutidos desde hace
cinco mil años en una obra literaria.
La
epopeya de Gilgamesh.
Ahí ya hay un desastre universal —el diluvio—, están las
desventuras de gente obligada a huir y también el reclamo de los más
débiles contra los abusos del poder del rey Gilgamesh.
La gran
literatura, incluso cuando se escribió miles de años atrás, tiene
lecciones para los lectores del presente. Y quizás sea la
literatura, y su intrínseca capacidad de hacernos más empáticos,
la que pueda salvarnos de nosotros mismos.
RELACIÓN ENTRE
LECTURA Y EMPATÍA:
En
octubre de 2013, un equipo de investigadores del New School for
Social Research de Nueva York publicó un estudio
en
la revista Science sobre cinco experimentos realizados para estudiar
la relación entre lectura y empatía.
Los
participantes fueron divididos en grupos y se asignó a cada uno un
tipo distinto de lectura. Los textos elegidos pertenecían a géneros
diferentes: ficción popular, ficción “seria” —una novela de
Louise Erdrich, otra de Don DeLillo—, notas periodísticas y
ensayos documentales. El quinto grupo no recibía ningún texto.
Una
vez se asignaron las lecturas, tanto los lectores como los
no-lectores debían responder a un cuestionario que permitiría a los
investigadores juzgar la habilidad de los participantes para
comprender ideas y emociones ajenas.
Los resultados
fueron significativos. Tanto los participantes a los que no se les
había asignado un texto, como los que habían recibido textos
periodísticos, documentales o de ficción popular, mostraban
resultados desalentadores.
En cambio, los
lectores de ficción “seria” demostraban un entendimiento notable
de los sentimientos y razonamientos ajenos, y por lo tanto, una mayor
capacidad de empatía.
Las
notas periodísticas nos informan de los hechos, pero para entender
“en carne propia” lo que está ocurriendo, son más eficaces las
obras de ficción.
La Odisea,
un poema del siglo VIII a. C., nos ha permitido durante siglos a
numerosas generaciones de lectores hacer tangible la ardua travesía
de un inmigrante, un viajero que huye de su lugar de nacimiento y
después regresa a él. Esta experiencia no es nueva: Ulises está
emparentado con los miles de refugiados que huyen de la guerra y la
pobreza y atraviesan el mar Mediterráneo para llegar a las costas de
Europa. También está emparentado con los migrantes de Centroamérica
que llegan a la frontera con Estados Unidos.
Recuerdo
que cuando leí los testimonios de migrantes ilegales recogidos en
un estudio
de la Universidad de Guadalajara,
pensé en la Odisea.
“El norte es como el mar”, dice uno de los entrevistados, “cuando
alguien viaja como ilegal, es arrastrado como la cola de un animal,
como basura.
Imaginé
cómo el mar rechaza la basura en la orilla, y me dije a mí mismo,
es como si estuviera en el mar, rechazado una y otra vez”.
Cada
semana, las autoridades estadounidenses expulsan del país a personas
indocumentadas, muchas de las cuales han vivido en Estados Unidos
toda su vida. También estos migrantes tienen su espejo en la ficción
clásica. En 1615, seis años después de que se firmase el decreto
que desterraba a los moriscos españoles, Miguel de Cervantes publicó
la Segunda
parte de
las aventuras de don Quijote. Ahí, un antiguo vecino de Sancho, que
lleva el significativo nombre de Ricote —la última ciudad de la
que partieron al destierro los moriscos— vuelve a España
disfrazado de peregrino. Le dice a Sancho que él y sus compañeros
expulsados no fueron bien recibidos en el norte de África. “Doquiera
que estamos”, se
lamenta, “lloramos
por España, que en fin nacimos en ella y es nuestra patria natural”.
EL
INDIVIDUALISMO QUE EMPOBRECE LA “EMPATÍA COLECTIVA”.
En
“Réquiem
por el sueño americano”, Noam
Chomsky arguye que el empobrecimiento de la empatía colectiva en la
sociedad estadounidense del siglo XXI es consecuencia de un plan
diseñado para reducir los poderes democráticos y aumentar los
beneficios de los más ricos.
En
sus inicios, el llamado “sueño americano” promovía la noción
de progreso individual pero también el colectivo, en el cual cada
ciudadano se beneficia al ayudar a sus vecinos. Sin embargo, a
mediados del siglo pasado, empezó a favorecerse el individualismo.
Acaso por lo mismo han proliferado los discursos políticos que
promueven el aislacionismo.
Según
el profesor Christopher Krupenye de la Universidad de St. Andrews, la
empatía y la voluntad de ayudar a los otros son virtudes endémicas
de nuestra especie. El catedrático, especialista en el
comportamiento de primates, considera que
“una de las características más notables de los seres humanos es
que somos serviciales”, y agrega que sin esta generosidad innata no
habríamos podido sobrevivir cuando éramos cazadores-recolectores.
Es
probable, dice Krupenye, que después de adquirir esta capacidad de
sentir empatía nuestra especie desarrolló gradualmente las reglas
que hoy nos permiten entender las responsabilidades y deberes de
vivir juntos y compartir amenazas y riesgos.
Si
en los últimos años hemos perdido este instrumento vital para
nuestra sobrevivencia, ¿qué podemos hacer para salvarnos de nuestra
propia y voluntaria ceguera hacia los otros? ¿Cómo podemos volver a
alimentar el sentimiento primordial de empatía?
En la primera
mitad del siglo IX, el gran poeta sirio Abu Tammam ensayó una
respuesta que podría servirnos hoy: “Quizás carezcamos de lazos
de sangre / Pero la literatura es nuestro padre adoptivo”. Una
respuesta está en la literatura.
Los
niños aprenden a conocer el mundo a través de las historias que les
cuentan y que leen, como yo lo hice con De Amicis.
NUESTROS
LEGISLADORES Y GOBERNANTES DEBERÍAN LEER MÁS LITERATURA QUE LOS
VUELVA MÁS EMPATICOS Y MÁS ALTRUÍSTAS:
Así
que no es absurdo suponer que los adultos puedan continuar ese
aprendizaje. Por ello, nuestros legisladores y gobernantes deben leer
más literatura: podría ser una manera de que empiecen a legislar y
entablar acuerdos con altruismo. Quizás con los personajes de
Margaret Atwood o de Cervantes, los líderes del mundo puedan
entender más y mejor las vidas ajenas; las vidas de los migrantes,
los refugiados, los menos favorecidos.
Quizá hoy pleno Siglo XXI "el compasivo don
Quijote" o "la justiciera criada Defred" puedan salvarnos de nuestra
tentación de encerrarnos en nosotros mismos.
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